HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

lunes, 24 de agosto de 2009

El rey Lear, de William Shakespeare

Si quiero leer tengo que elegir, puesto que literalmente no hay tiempo suficiente para leerlo todo, aun cuando no hiciera otra cosa en todo el día. Y de esta imposibilidad surge mi interés por llegar a obras que contengan el Canon literario. Podría acceder a obras que condensen mayor carga de sabiduría y belleza. Auden señaló una vez que reseñar malos libros era malo para el carácter. Pero cuidado. Leer a los mejores escritores no nos convertirá en mejores ciudadanos. Como decía Oscar Wilde, el arte es absolutamente inútil. Fíjense en la magnitud whitmaniana de los discursos de Obama y sus efectos a corto plazo en la sociedad. Producen un goce instantáneo y al poco tiempo se esfuman. Lividecen. Pues bien. De la misma manera existen obras en la literatura que poseen un determinado grado de contagio en nuestra cultura. Goethe y Milton, en este tiempo, han palidecido a causa del cambio cultural. Incluso Whitman, descendiente indirecto de Montaigne, que goza de populismo en la superficie pero que es hermético en su núcleo y esotérico, forjó un Canon más local, el de la literatura norteamericana. Son autores robustos, pero si nuestro deseo consiste en abordar el centro, descubrir el Canon occidental y poder sentir la energía intelectual que atesora el elixir de nuestra misteriosa cultura universal en un día como hoy... no lo duden y dirijan su atención hacia Shakespeare. Él es la apoteosis de la libertad y originalidad estéticas. Nos enseñó la ambivalencia, el narcisismo y el cisma del yo. En sus textos arroja furia y extrañeza. Solo un puñado de escritores occidentales poseen un verdadero carácter universal y ostentan con radiante luminosidad el estandarte del Canon. Junto a Shakespeare le acompañan Dante, Cervantes y Tolstói. Y dejémoslo ahí.

El Canon Occidental existe precisamente con el fin de imponer límites, de establecer un patrón de medida que no es en absoluto político o moral. Ahora existe una alianza encubierta entre la cultura popular y la crítica cultural, y en nombre de esa alianza la propia cognición puede, sin duda, adquirir el estigma de lo incorrecto. La cognición no puede darse sin memoria, y el Canon es el verdadero arte de la memoria, la verdadera base del pensamiento cultural. El Canon es Platón y Shakespeare. Es la imagen del pensamiento individual, ya sea Sócrates reflexionando sobre su propia agonía o el rey Lear enloqueciendo. El Canon nunca se cerrará por completo, quedará siempre una rendija para que sea abierto por la fuerza de una inteligencia como la de Freud, Kafka, Proust, Joyce o Beckett.

Sintetizando en la línea del tiempo y para entender la fuerza del tema que hoy les presento en este Blog huracanado, les detallo un esquema interesante. Toda la literatura que en este momento posee la humanidad está recogida en cuatro eras. La Era Teocrática. La Era Aristocrática. La Era Democrática y la Era Caótica (la nuestra). El universalismo aristocrático de Dante centró el Canon para otros poetas y anunció la era de los más grandes escritores occidentales, desde Petrarca a Hölderlin, pero sólo Cervantes y Shakespeare alcanzaron una completa universalidad y fueron autores populistas en la más aristocrática de las eras. Quien más se acerca a la universalidad de la Era Democrática de la literatura es el milagro imperfecto de Tolstói, al mismo tiempo aristocrático y populista. En nuestra época caótica, Joyce y Beckett son quienes más se le acercan, pero las barrocas elaboraciones del primero y los barrocos silencios del segundo, frenan su camino a la universalidad. Proust y Kafka son los que más poseen la extrañeza de Dante en sus sensibilidades. Y entre ellos se accede al Canon. De esta manera vamos adquiriendo la explicación de nuestra cultura. El testigo del pensamiento.

Tras la muerte de Skakespeare todo fue desencadenándose, era inevitable. Goethe, el más grande hombre de letras alemán y hombre universal, escribió un ensayo en 1815 sobre Shakespeare en el que intentaba reconciliar sus propias actitudes contradictorias ante el mayor poeta occidental. Goethe había comenzado idolatrando a Shakespeare, pero luego había evolucionado hacia un supuesto "clasicismo" que no acababa de encontrar a Shakespeare del todo satisfactorio, y lo había corregido realizando una versión bastante austera de Romeo y Julieta. Aún así, se rindió a sus pies y colaboró siempre en asentar la soberanía de Shakespeare en toda Alemania, por la superioridad de su genio poético y dramático. Tal vez Pushkin y Turguéniev fueron sus más atinados críticos del siglo XIX. Pero el testigo fue avanzando. Su obra no tenía parangón.

William Shakespeare escribió treinta y ocho obras de teatro, de las cuales veinticuatro de ellas son obras maestras. Su expresión no fue tan sólo el indicador de las energías sociales del Renacimiento inglés. Su obra emite un eco universal y es indicador de la psique y de las emociones de todas las razas que pueblan el planeta Tierra. Shakespeare pone en escena nuestras vidas. Sus personajes perciben y afrontan sus propias angustias y fantasías que debió captar en el Londres mercantil de su época.

La influencia de Shakespeare en nuestra Era Caótica no ha perdido vigencia, en particular sobre Joyce y Beckett. Tanto Ulises como Fin de partida son esencialmente representaciones shakespearianas. En el Renacimiento norteamericano estuvo presente en Moby Dick y en Hombres representativos de Emerson, aunque actuó con más sutileza sobre Hawthorne. Sin embargo no es esa influencia lo que hace que el Canon se centre en él. Si puede decirse de Cervantes que inventó la ironía literaria de la ambigüedad que triunfa de nuevo en Kafka, Shakespeare puede ser considerado el escritor que inventó la ironía emotiva y cognitiva de la ambivalencia tan característica de Freud. En presencia de Shakespeare se desvanece la originalidad de Freud, cosa que no le habría sorprendido a Shakespeare quien comprendía cuan sutil es la frontera que distingue la literatura del plagio. El plagio es una distinción legal, no literaria, al igual que lo sacro y lo laico constituyen una distinción política y religiosa, y ni por asomo son categorías literarias.

Shakespeare y su compañía representaron El rey Lear el mismo día que se publicó en España la primera parte de El Quijote.

Los doce personajes principales se dividen a partes iguales entre justos e injustos. La mitad son buenos, la otra mitad son malos. Todos acaban destruidos, los nobles, los innobles, los perseguidos y los que persiguen, los torturados y los torturadores. La vivisección durará hasta que el escenario quede vacío.

“Somos para los dioses lo que las moscas para los niños; nos matan para su diversión.”

El perverso Edmundo, Lear, Edgar o Gloucester se contemplan objetivamente a sí mismos en imágenes forjadas por sus propias inteligencias, y se les otorga la capacidad para verse como personajes dramáticos y artífices estéticos. De este modo se les hace libres artistas de sí mismos, lo que significa que son libres para escribirse a sí mismos, para lograr cambios en su yo. Oyendo casualmente sus propios monólogos y sopesando sus reflexiones, cambian y a continuación contemplan esa otredad del yo, o la posibilidad de ser ese otro. Dispuestos al tránsito.

El inicio es como un cuento infantil en el que hay dos hijas malas y una buena. La buena, Cordelia, morirá ahorcada en la prisión. Las hijas malas también morirán, pero antes se convertirán en adulteras, y una de ellas en asesina y envenenadora de su marido. Se rompen todos los vínculos y se derrumban todas las leyes divinas, naturales y humanas. Se desintegra por completo el orden social: el reino y la familia. No quedan ya ni rey ni súbditos, ni padres ni hijos, ni esposos ni esposas. No hay más que grandes bestias renacentistas, devorándose unas a otras como monstruos en las profundidades. Todo ha sido condensado, dibujado con trazo grueso, y los personaje apenas aparecen esbozados. La historia del mundo transcurre sin más psicología ni retórica. Es acción en estado puro.

BUFÓN: Amo, dame un huevo y te daré dos coronas.
LEAR: ¿Y cómo habrán de ser esas dos coronas?
BUFÓN: Las mitades del huevo después de que partido me coma lo de dentro. Cuando partiste tu corona y cediste ambas partes, te cargaste el burro a la espalda para cruzar el barro. [...] Ahora eres un cero sin más cifras, y yo soy más que tú; soy un bufón, y tu nada.
(Acto IV, iv)

Todos los personajes son desarraigados, expulsados de su situación social; tienen que caer hasta que alcancen la más completa de las humillaciones. Tienen que tocar fondo. La caída no es sólo una parábola filosófica, como el salto del ciego Gloucester al abismo. Shakespeare desarrolla este tema con insistencia, repitiéndolo al menos cuatro veces. La caída es al mismo tiempo física, espiritual, corporal y social.

Al principio hubo un rey, con su corte y sus ministros. Después hay cuatro mendigos que yerran por los caminos bajo violentos vientos y una intensa lluvia. El proceso de degradación es siempre el mismo. Se pierden todos los elementos distintivos de un hombre: los títulos, la posición social, incluso el nombre. Los nombres tampoco son necesarios. Uno es sólo una sombra de sí mismo; sólo un hombre. Antes de que comience la moraleja, todos tienen que quedarse desnudos. Desnudos como gusanos.

“Anoche vi durante la tormenta a un hombre así que me hizo pensar que el hombre es un gusano.”

Para que un hombre se quede desnudo, o más bien, se convierta sólo en un hombre, no basta con quitarle su nombre, su posición social, no basta con despojarle de su carácter: hay que mutilarlo y masacrarlo, moral y físicamente, hay que convertirle, como al rey Lear, en "un mero despojo de la naturaleza" y preguntarle entonces quién es. Se trata por lo tanto de un proceso de desplazamiento y mutilación del hombre, no en la obra de Shakespeare, sino en la literatura y el teatro contemporáneos.

Lear y Edmundo no intercambian ni una sola palabra en toda la obra, aún compartiendo en dos ocasiones escenario. El primero en profusamente apasionado mientras que el segundo es notablemente frío y distante. Edmundo es el límite extremo de la maldad, la primera representación absoluta de un nihilista que se permite a la literatura occidental, y aún sigue siendo la más grande. Desde este personaje han surgido más tarde los personajes nihilistas de Melvill y Dostoievski.

Tanto la naturaleza como el estado están heridos de muerte, y los tres personajes supervivientes salen en una marcha fúnebre. Lo que más importa es la mutilación de la naturaleza, y nuestra idea de que lo que es o no es natural en nuestras vidas. Tan apabullante es el efecto al final de la obra que todo parece ir en contra de sí mismo.

Y, ¿por qué la muerte de Lear nos afecta simultáneamente de un modo tan intenso y ambivalente? ¿qué le otorga ese poder de tránsito?¿es su furia y su extrañeza? Tengan por seguro que lo descubrirán ustedes mismos, gracias al más grande escritor que podremos llegar a conocer. Shakespeare nos lleva a la intemperie, a tierra extraña, al extranjero, y nos hace sentir como en casa. Su poder de asimilación y contaminación es único, y constituye un perpetuo reto a la puesta en escena y a la crítica. Él conserva la supremacía estética. El tiempo lo ha consagrado como un autor eterno, deconstructible, que puede llegar a explicar nuestra cultura.

Recuerden que las principales figuras del Siglo de Oro español como Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Fernando de Rojas y Góngora, derramaron en la literatura una completa exuberancia barroca procedente de Shakespeare y su visión romántica. La visión del abismo jamás nadie la ha superado. Un ciego podría volver a ver leyendo a Shakespeare.

La literatura, la filosofía y el pensamiento están shakespearizados. Su intelecto es el horizonte más allá del cual, en el presente, nada vemos. En Shakespeare se encuentra el verdadero psicoanálisis de Freud, porque Shakespeare es la psique convertida en literatura, es el Canon intemporal que arremete contra nuestra conciencia dormida. Nos dejó la mejor prosa y la mejor poesía de la tradición occidental, la mejor representación de los seres humanos, el papel de la memoria en la cognición, la esfera de la metáfora a la hora de sugerir nuevas posibilidades para el lenguaje. Estas excelencias particulares han hecho que nadie pueda igualarle como psicólogo, pensador o retórico. Entren en la corte del Rey Lear y sus vidas experimentarán un nuevo tránsito. Adelante, el libro les devolverá imágenes más depuradas de sus propios conflictos, de su ansiedad o de sus temores. Yo les tendré por los más valientes lectores. Adelante. Y para cerrar el círculo les aconsejo que intenten ver la adaptación de Grigori Kozintsev que realizó en 1971 con la colaboración del escritor y Premio Nobel Boris Pasternak, en Korol Lir. La película tiene el tono severo del expresionismo soviético. Ofrece una perfecta combinación de elementos visuales y sonoros que le precipitan a hacia la tragedia de El rey Lear. Entender es crecer. ¡Hasta la próxima, amantes de la literatura!

REY LEAR: Al nacer lloramos por haber venido a este gran teatro de locos.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El niño criminal, de Jean Genet

El título me atrajo como un imán. El autor era para mi desconocido. Y empecé a indagar. Y descubrí que este texto iba a formar parte de un programa de radio llamado Carte blanche [Carta blanca] donde se le concedía la palabra a un escritor francés para que, con total libertad, se dirigiese a los radioyentes. Genet presentó El niño criminal para dedicar su ternura a esos chavales sin piedad. Sin embargo, el director general de la Radiodifusión, Wladimir Porché, censuró dicha emisión y tuvo que esperar otro tipo de publicación más silenciosa, separada de la dicción propia de su autor. Una voz que las autoridades consideraron demasiado peligrosa, demasiado desafiante, quizá también demasiado insultante como para que llegase directamente a los oídos de los ciudadanos, pensando que eran inocentes de todos los cargos que los textos les imputaban. En protesta por esta intervención de la censura, Fernand Pouey dimitió en febrero de ese mismo año. Un año más tarde Paul Morihien, secretario y editor de Jean Cocteau, publicó El niño criminal.

Su literatura, notablemente autobiográfica, mitifica al delincuente en héroe. El héroe de Genet es un hombre que invierte los valores de la sociedad. Pervierte la figura del buen ladrón y lo convierte en un héroe que accede al absoluto a través del Mal. Convierte lo más sórdido en una especie de poesía. Su literatura juega con la provocación moral y mezcla lo ficticio y lo real. Witold Gombrowicz dijo de él que convertía la fealdad en belleza. En su escasa obra encontramos continuamente el retrato de una miseria lírica, en la que se imponen las historias de amor, y donde los delincuentes dejan entrever su ternura. Jean Genet, de padre desconocido y abandonado por su madre a los siete meses de nacer fue entregado a una familia de acogida. Desde pequeño tuvo conciencia de no pertenecer al mundo que se le ofrecía y comenzó muy pronto a enfrentarse a él: cometió su primer hurto con diez años y tras varios robos y fugas, fue encerrado en la colonia penitenciaria de Mettray —donde se cristalizaron sus tendencias homosexuales—.

Monaguillo de una moral inversa, cantor del mal y sacerdote de una estética exenta de domesticaciones, desde el principio fue despreciado por todos, incluso por su madre por lo que decidió convertirse en el origen de sí mismo, en su propia obra. Los hombres le habían condenado, desde el comienzo, y él se esfuerza en todas sus novelas por hacer de esa condena la más brillante de las condecoraciones.

“Hablo en la oscuridad y en el vacío, pero aunque sea tan sólo para mí, quiero otra vez insultar a los que insultan.”

Entre 1944 y 1946 escribió cuatro novelas y tres largos poemas, todos ellos fueron escritos en la cárcel. Su mejor obra Santa María de las Flores (1944) narra un viaje por el inframundo del hampa parisina. La obra alcanzó un éxito considerable entre los intelectuales. Cocteau y Satre se erigieron en sus defensores y, gracias a la intervención de los amigos del primero, lograron que Genet saliese del Camp des Tourelles en marzo de 1944. Pero su salida le desterró de su centro de creatividad, de su jardín existencialista.

En 1947 publicó su autobiografía Diario del ladrón, donde rememora sus propias andanzas como trotamundos, carterista y prostituto en los años treinta. Incluso un viaje al lado más sórdido del Barrio Chino de Barcelona, en los años anteriores a la Guerra Civil. A partir de ese año, "convertido" en ciudadano y hasta 1957 sufre una profunda crisis, que le lleva a sentirse extraviado y dislocado, alejado de sus círculos callejeros y su moral inversa.

Genet escribió El niño criminal cuando empezó a intuir los peligros que conllevaba la aceptación de sus obras por parte de la intelectualidad francesa y precisamente por ello en este texto vuelve a reivindicar, de manera tan intensa y desgarrada, su pertenencia a ese otro mundo, ése que celebra en sus anteriores obras y que le permite, gracias a la exaltación de su lirismo, seguir escribiendo. Vuelve por ello a desplazar a sus lectores con un despreciativo vosotros y se sitúa del lado de esos niños criminales a los añorará eternamente.

Aquí podremos presenciar con toda su intensidad una de las propuestas más radicalmente antisociales de la obra de Jean Genet, marcado por el rechazo y la lucha del yo, uno de los escritores más reconocidos y polémicos de la literatura francesa del siglo XX. Explorarán el mundo de las colonias penitenciarias para menores, donde se encuentran esos niños esparcidos por la elegante campiña francesa, que son recluidos en el correccional o en los llamados Reformatorios de la infancia delincuente, mientras Genet canta con la fuerza moral de su gesto de rebeldía ante la sociedad. Entenderán porqué al salir de esos lugares no regresaban nunca. Descubrirán el significado del Mal que se esconde en el corazón de esos jóvenes criminales y la Potencia de las Tinieblas. Su lirismo les llevará a un estado sobrecogedor. Yo sigo intentando asimilarlo. Les invito a que exploren su obra. Aquí se esconden una gran parte de las claves de la delincuencia.

Ninguno de vuestros funcionarios podrán ganarse a los niños y hacer que triunfen en una aventura que ellos mismos han comenzado. Nada podrá reemplazar a la seducción de aquellos que quebrantan la ley.

viernes, 14 de agosto de 2009

Sin destino, de Imre Kertész

Se me ha encogido el corazón leyendo este potente testimonio sobre los konzentrationslager [campos de concentración] nazis. Un vestigio infausto envuelto en una directa y contundente prosa del primer húngaro que fue Premio Nobel de Literatura en su país. Imre Kertész. El acto de la lectura se convierte en una catarsis, en una ansiada liberación. Es inolvidable. Me ha recordado constantemente a El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl.

Imre Kertész nació en Budapest, Hungría. Fue deportado muy joven, en 1944, a Auschwitz, en donde permaneció por suerte tres días y luego enviado a Buchenwald, cuanto tan sólo contaba con catorce años. Imre fue de aquellos que logró sobrevivir al Genocidio. Actualmente vive entre Berlín y Budapest.

Su relato extraordinario Sin destino, publicado en 1975, es una obra maestra sobre la destrucción masiva alemana de los otros europeos. Narra el paso por diversos campos nazis de un adolescente húngaro y judío en el último año de la Guerra Mundial. Curiosamente este escrito no logró, en parte por la censura de posguerra de su país, que sus libros se difundiesen como merecían. Su trabajo se volcó en las traducciones del alemán, con las que sobrevivió y superó el yermo estalinista.

Sus amargas palabras de 1986 "siempre seré un escritor húngaro de segunda fila, ignorado y malinterpretado", afortunadamente han sido desmentidas por los hechos en la década siguiente, gracias a los editores alemanes y a los lectores de toda Europa, interesados por sus escritos precisos, irónicos y sin concesiones sobre el exterminio. Recibió el Premio de Literatura de Brandeburgo en 1995 y el Premio del Libro de Leipzig en 1997. En 2002 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura por una obra que conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia.

En cuanto al periodo de escritura de esta potente obra, es importante saber que la ocupación rusa propició en Hungría la introdución masiva del realismo socialista durante mucho tiempo. Seguidamente la narrativa húngara vivió una profunda transformación en los años setenta de la mano de autores como Peter Nadás, Peter Eszterházy, György Konrád y el propio Imre Kertész. Estos autores se enfrentaron desde opciones formales y estéticas a los cánones vigentes y atacaron de manera sutil y radical ciertos elementos constitutivos del poder y del estándar literario, como por ejemplo la narración cronológica y lineal, que arrastra y somete al lector, y el Yo fijo e inamovible, que es la contraparte necesaria de un sistema igualmente fijo e inamovible. Esta ruptura permitía de un lado echar un vistazo al funcionamiento del poder y, de otro, suponía la activación del lector. Activación que se convertía en un peligro para el establishment político.

El trabajo consciente con el lenguaje, la utilización de perspectivas alejadas de las habituales (como la de un niño), el recurso de la memoria, de la historia familiar, del análisis sociológico, fueron los medios para minar una literatura anquilosada, una literatura mortal, de la que huye Sin destino.

Y es en este contexto y proceso en el que se inscribe la obra de Imre Kertész. Para situarnos un poco más en su singularidad sepan que Imre nació en 1929 en el seno de una familia pequeño-burguesa judía asimilada. Su padre comerciaba con madera y su madre era empleada. Siempre sufrieron problemas económicos. Vivió en su infancia la separación de sus padres. En 1940 ingresó en el instituto de enseñanza secundaria Mádach, cuando se crearon las clases judías en las escuelas. En 1944 le tocó vivir en primera línea el acontecimiento más sombrío de la historia húngara. Hungría, aliada de las potencias del Eje, ya había promulgado leyes que discriminaban a los judíos, sobre todo a partir de 1938. En marzo de 1944, ante el temor de que el gobierno húngaro quisiese separarse del Eje y buscar una paz por separado, las tropas alemanas ocuparon el país. Inmediatamente después, se inició la operación de exterminio de la población judía, liderada por Adolf Eichmann, con la colaboración de las autoridades estatales y locales.

Edmund Veesenmayer, plenipotenciario del Reich y embajador de Hungría, escribió a su Ministerio de Relaciones Exteriores que la deportación de 325.000 judíos de la región de los Cárpatos y Transilvania había de iniciarse el 15 de mayo:

“...tal como estaba previsto, se facturarán al destino [Auschwitz] cuatro trenes diarios con 3.000 judíos cada uno, de tal modo que la evacuación de las zonas mencionadas concluirá a mediados de junio.”

En pocos meses cientos de miles de personas fueron concentradas en guetos y enviadas en vagones de transporte de ganado a Auschwitz. El número total de deportados superó el medio millón. De este modo, el comando especial de las SS y el ejecutivo húngaro llevaron muchas más víctimas al campo de exterminio que, en dos años y medio, sus equivalentes en Francia. Imre Kertész, que por aquel entonces tan sólo tenía quince años, fue uno de esos prisioneros. Regresó en julio de 1945 a su país, concluyó la escuela y se dedicó al periodismo. Ingresó en el partido comunista, trabajó en el diario Vilagosság [Claridad] hasta 1950, cuando fue expulsado.

Sin destino es una obra puramente autobiográfica. Empezó a ser concebida en 1958, por lo que tardó trece años en finalizarla. Los pasos de György Köves, el protagonista, como verán son los mismos de Imre Kertész.

Quiero destacar concretamente en la página 153 la brutal descripción que plasma sobre el hambre. Da miedo. Desde que leí ese párrafo estoy comiendo mucho mejor. Vaya que si.

En el momento en que distribuían la sopa había que ponerse atrás para recibir una porción más espesa.”

Y por último comentar que en la tan valorada traducción de Judith Xantus Fzarvas he detectado una errata en la página 148 que genera confusión. En su frase se lee "Al mismo tiempo, me di cuenta que la imaginación no es ilimitada" cuando el sentido de la afirmación viene a expresar que "en las paredes de la cárcel no pueden poner límites a nuestra imaginación", por lo tanto debería haber traducido "la imaginación no es limitada" para darle coherencia al texto de Kertész.

Existe también un reflejo fílmico proyectado en 2005, por el director húngaro Lajos Koltai que realizó la película Sin destino (Sorstalanság), basándose en esta especial novela de Kertész, la cual sería interesante que vieran. A parte, tengan en cuenta que toda su obra ha sido traducida al castellano por Acantilado con la cuidada traducción de Adan Kovacsics. Esta obra formó una trilogía junto con Fiasco y con Kaddish por el hijo no nacido. No me extrañaría nada que alguna de ellas, si no las dos, aparecieran en este Alto Vacío dedicado a los Huracanes en Papel. Disfruten pues de la Literatura de Altura. Aún nos queda mucho por leer. Y siempre uno detrás de otro. En columna de avance. Explorando la exosfera del conocimiento e inspirando el aire de la libertad. Disfruten.

viernes, 7 de agosto de 2009

Guerra y guerra, de László Krasznahorkai

László Krasnahorkai es un escritor húngaro con una interesante verborrea literaria. Su literatura es kilométrica, sus frases pueden llegar a ocupar dos páginas entre punto y punto. Habla y habla sin detenerse, su escritura avanza sin tregua, se extiende irrefrenablemente, casi como un mecanismo de salvación. Es un autor intenso, marcado por las obras de Franz Kafka y Samuel Beckett, a los que leyó con catorce y quince años, lleno de admiración puesto que por fin pudo leer lo que él también sentía. El sufrimiento. La tortura. Habitaciones sucias, medio muerto, a veces al borde del suicidio. En su juventud hubo una continua aniquilación, viviendo en el filo, y que por suerte superó.

Sus libros tienen raíces muy profundas en la cultura y la realidad de Hungría, que fue avasallada por la dictadura comunista. Aunque en ocasiones aborda otras culturas, como la japonesa, siempre plasma el ambiente húngaro, rasgo que le define claramente como uno de los escritores centroeuropeos más interesantes de la literatura actual. Este ha sido el centro temático de novelas como El prisionero de Urga, Tango satánico, Melancolía de la resistencia o Guerra y Guerra.

Lászlo Krasnahorkai no llegó a la literatura como Borges a través de una grandísima biblioteca. Krasnoharkoi procede de un ambiente donde las personas crían cerdos y las botas están llenas de barro, unas botas que él nunca puede limpiar. En Tango satánico o Melancolía de la resistencia, mostró ese lodo que marca la visión de su Hungría natal.

Krasnahorkai se pregunta constantemente en sus libros qué significa la tradición, y sigue sin saberlo. Derrumbó esa imagen tan clara que Borges tenía de ella. Leyendo a Krasznahorkai es difícil apercibir qué es la tradición. Tal vez nosotros podríamos asociarla a las esculturas, pero para él la tradición es algo completamente distinto. Borges sí lo sabía, y Krasnahorkai se lo sigue preguntando. Le inquieta, le preocupa no saberlo. Si no le preocupara tanto nunca habría empezado ningún libro, así que, si un libro no aclara si el mundo existe de verdad o no, no tiene sentido comenzarlo para él.

Todas sus novelas tienen un nexo en común: la advertencia de que estamos viviendo en una época donde cada vez es más difícil distinguir lo que tiene valor de lo que no lo tiene, y en la profundidad de todos sus libros hay siempre una pregunta insistente: ¿qué significa la tradición?

En Guerra y guerra nos relata la historia de Korin, un individuo que está a punto de ser atracado y robado en un oscuro puente de ferrocarril por unos violentos adolescentes. Desesperado, enloquecido por momentos, pero siempre empático, consigue salir airoso del acecho. En su trabajo de archivero en una pequeña ciudad húngara a pocos kilómetros de Budapest descubre un antiguo manuscrito de sorprendente belleza que narra la épica historia de dos camaradas que luchan por regresar a casa tras la guerra. Korin está decidido a suicidarse, pero antes de hacerlo cree que debe huir a Nueva York con el precioso manuscrito y preservarlo para la eternidad colgándolo en una web. Siguiendo a Korin obsesivamente por las calles de Nueva York, la novela relata los encuentros con diversos tipos que pueblan un mundo dividido entre el vicio y una misteriosa belleza.

La lectura de este periplo por arrancarle a la vida lo más esencial que posee descubrimos sobre todo que...
"La vida humana es el espíritu de la guerra."

Y tras leer a este escritor centroeuropeo podrán cerrar la tapas del libro y sentir que el hombre ansía la grandeza. Que los grandes actos elevan a los hombres. Que la condición previa de la grandeza no es la capacidad para emprender grandes acciones, sino la Gran Acción en sí, que sólo puede brotar, desarrollarse y llevarse a cabo en medio del peligro, en el punto álgido del peligro, cuando la vida queda en entredicho de forma duradera, igual que ocurre en la batalla. Y así, de esta forma, Krasznahorkai, buscando perpetuar la belleza en la eternidad, consigue que su manuscrito quede a la vista de muchos enseñándolo en internet. El escaparate del mundo. Disfruten.

"La verdad pertenece a la victoria."

sábado, 1 de agosto de 2009

Memorias del subsuelo, de Fiodor Dostoyevski

Esta obra influyó notablemente en La Metamorfosis de Franz Kafka, y desde ella, por su importante trasfondo psicológico, se pueden comprender mejor aún los textos posteriores de Dostoyevski, como Crimen y Castigo, Los endemoniados o El jugador.

Se trata de la obra de mayor contenido filosófico del autor. Un funcionario
de cuarenta años de la ciudad de San Petersburgo sin nombre ni identidad concreta, narra las memorias de su tragedia personal. Se plantean las cuestiones más extremas que un hombre pueda hacer. Su discurso lo destina a la humanidad entera y oscila entre el ensayo filosófico y la representación en secuencias de su personalidad pusilánime y enferma. Su objetivo es el de rechazar el orden inclemente que le niega un sitio en el mundo. Se alza como paradigma de los desplazados, de los huraños, de los solitarios. Este narrador del subsuelo es también la imagen del hombre moderno, habitante de ese semisótano que resulta ser el hermetismo individualista, arrojado a un Palacio de Cristal, en una ciudad escaparate de la soledad, en la que cae una nieve casi mojada, amarilla, turbia.

Memorias del subsuelo
es una obra contradictoria y llena de matices donde logra crear
un sujeto retórico de difícil imitación, uno de los mejores y más impactantes antihéroes de su ingente producción novelística, como fueron Raskólnikov o Iván Karamázov. El innegable rechazo a la imposición burocrática y su réplica al libro ¿Qué hacer? escrito por Chernyshevski se aúnan en todo un tratado de idealismo realista, de la mano de uno de los más excelsos escritores de la Literatura Universal.

Esta obra fue escrita en un momento de evidente crisis personal en la que el autor padecía grandes trastornos emocionales producto del fallecimiento de su esposa Maria Dmitrievna Konstant Isaeva, el 15 de abril de 1864, y de la posterior muerte de su hermano más cercano, Mijaíl. A estos problemas personales, se agregaban además la clausura de sus revistas por parte de las autoridades y su adicción al juego, que le traería graves problemas financieros.

La novela es muy corta y está organizada en dos partes. La primera consta de once capítulos breves, llamada La Ratonera. Básicamente es un monólogo interior en el que se nos presenta al protagonista, un miserable funcionario frustrado, como un antihéroe contradictorio, enfermizo y excitable, que dirige su charla a un público inexistente. El narrador de la historia, un hombre paradójico, el hombre del subsuelo afectado por la marginalidad, que en su infelicidad se dedica a pensar y a planear venganzas, y se aplica en hundirse aún más en su tragedia (su ratonera, o bien su sentimiento de culpa), refiere sus pensamientos sobre la ley natural, el racionalismo y el libre albedrío, dando salida a las auténticas preocupaciones que albergaban la mente de Dostoyevski. Aquí desarrolla una profunda reflexión acerca de la contradicción que surge respecto a la noción de bien y libertad que desafía la idea tradicional de racionalidad: el hombre del subsuelo no puede ser subsumido en ninguna explicación ortodoxa de la maldad, ya que, por un lado, no actúa en desconocimiento de los principios morales que podrían ser calificados de correctos; y, por otro, no se halla simplemente dominado por sus pasiones morales. Actúa, según la explicación que presenta de sí mismo, en contra de sus principios morales con el objetivo de liberarse de éstos. La segunda parte, que nace a propósito de la "caída de nieve húmeda", consiste en el relato de una memoria del narrador, donde adquieren sentido los pensamientos expresados en el primer apartado, los cuales en ocasiones pueden resultar confusos o desorganizados. El protagonista cuenta algo ocurrido en su juventud, relacionado con la despedida a Zvérkov, uno de sus antiguos compañeros de escuela, que pensaba marchar a una provincia, la humillación que sufre de parte de sus padres y que se autoinflige, y la forma en la que posteriormente conoce a Liza, la prostituta a la que deshonrará al final de la obra.

Si la leen, váyanse preparando, porque requiere hiperventilación y tiempos de reposo. Es dura. Destaco sobre todo la capacidad que tiene de expresar cada movimiento que realiza su pensamiento y la transparencia de sus exposiciones. Leer a Dostoyevski se convierte en una actividad monumental. Se aprende mucho.

“Quiero vivir para satisfacer todas mis facultades vitales y no para satisfacer unicamente a mis facultades racionales, esto es, una veinteava parte de todas mis facultades vivas.”