HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

sábado, 7 de noviembre de 2009

Los cuadernos de Fritz Kocher, de Robert Walser

Esta es la puerta de entrada al universo walseriano más ingenuo e inocente. Escribió estas ligeras redacciones con diecisiete años. Fue publicado en 1904 en Leipzig y saldado poco después en unos almacenes de Berlín. En ellas se encuentra la semilla de su estilo pulcro y detallista. Se leen muy rápido. Parecen entradas de blog. Breves y brillantes. Cada una esconde un secreto del sentir de una vida que parecía naufragar.

Con catorce años Robert Walser (1878-1956) abandona la escuela por problemas económicos. Hasta los 17 se forma como aprendiz de banca y a esa edad obtiene su primera ocupación como oficinista en Biel, su ciudad. Pocos meses más tarde, se traslada a Stuttgart, donde vive su hermano. Aunque es un empleado competente que sus superiores aprecian, al joven Walser no parece seducirle hacer carrera dentro de una oficina. Descubre el teatro y quiere ser actor; pero olvida pronto su propósito. La poesía se le presenta entonces como un camino de escape –o de “paseo”, será mejor decir– ante la maraña que es para él el futuro. Se instala en Zurich, donde vive diez años cambiando constantemente de empleo, de cuarto de alquiler y posiblemente también de relaciones amorosas entre criadas y camareras.

“En cuanto había reunido un poco de dinero me despedía para poder escribir sin ser molestado.”

Walser escribió las redacciones tópicas (El otoño, Amistad) que cualquier profesor exige a sus alumnos, pero que a él nadie le había pedido. Estas prosas traslucen un esfuerzo titánico por centrar una vida que había empezado ya a descentrarse: abandono de la escuela, del oficio, de sus sueños teatrales, de la familia y ciudad de origen. Se reúnen aquí los textos escolares –de hecho son las redacciones de clase de Fritz Kocher– de quien se vio obligado a interrumpir sus estudios.

Este mismo empeño por centrar su vida se advierte en la segunda parte del libro cuando hace una exaltación del trabajo de oficinista, aquel precisamente en el que se había formado, y después había abandonado. Su anhelo para detener la deriva por la que empezaba a despeñarse su vida –y que parece ideada por su coetáneo Franz Kafka– es tal que esboza aquí la peregrina teoría de que la escritura literaria no es más que una proyección de las virtudes del buen oficinista:

“Su talento para escribir hace fácilmente un escritor del oficinista”.

En la tercera y cuarta parte ya se advierte un corte en las amarras que trataban de sujetar la escritura al puerto de la buena sociedad: el diario de un pintor alejado en las montañas y, sobre todo, un espléndido encomio –sin duda lo mejor del libro– del bosque que merecería unos versos de Hölderlin:

“Si yo fuera capaz de soportar la esclavitud, no sentiría envidia
de este bosque y me resignaría a vivir entre la gente”.

A partir de estos cuadernos primerizos, la vida y la obra de Walser iban a perseguir sólo un centro que se hallara en el lugar más descentralizado posible. Los lectores de las geniales Jacob von Gunten o El paseo disfrutarán también descubriendo los motivos recurrentes del escritor en su estado embrionario:

“La parte que más me gusta de la ciudad es el casco antiguo, deambular por entre las callejuelas estrechas”

“Es la mejor distracción para un inútil muchachote como yo que no sirve para otra cosa”.

Frases mágicas del gran Walser que escribía cuando estaba ocupado al grado máximo en estar desocupado. Sin rumbo. Con el único propósito de errar y pasar inadvertido. ¡Qué potente paradoja! Yo ya no concibo la literatura sin Walser.

2 comentarios :

Unknown dijo...

He tenido ocasión de leer varias reseñas tuya y me han resultado de gran interés. Aunque he buceado en ellas y no encuentro nada de un autor que me da la impresión de que ha escrito dos o tres obras maestras: T. C. Boyle. Rara vez en mis ya muchos años de lectora he visto un maridaje tan feliz entre calidad y amenidad.
Me gustaría que analizaras alguna de sus obras ("El fin del Mundo", por ejemplo). Gracias

Tránsito Blum dijo...

Interesante propuesta, Ulises. T.C. Boyle rondará por mi cabeza estos días. Gracias a ti. Saludos.