HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

lunes, 28 de junio de 2010

El insoportable Bassington, de Saki

“—Comus —dijo, en voz baja y cansada—, tu caso es el opuesto al de la Caja de Pandora. Tienes todo el encanto y las virtudes que un chico podría desear para abrirse camino en la vida, y al final de todo ello guardas el don maldito y fatal de la desesperanza más absoluta.”

Comus Bassington es el atractivo y frívolo hijo de la viuda Francesca Bassington. Irresponsable y desagradecido. Si su madre no consigue que éste se case con la sobrina de su vieja amiga Shopie Chetroff, propietaria de la casa en la que viven, perderá el hogar que tanta felicidad le reporta porque la dueña se lo cederá a Emmeline Chetroff para su matrimonio. Una casa situada en Blue Street, el corazón aristocrático de Londres, en Westminster, símbolo de la monarquía inglesa. Dentro hay dos tesoros: el salón de té y un cuadro de Adam Frans van der Meulen. La casa tiene alma. Los hilos deben empezar a moverse cuanto antes. La hipocresía da mucho juego.

El insoportable Bassington nos lleva al retrato satírico de la clase alta británica en los albores del siglo veinte y a la manera de enfrentarse a lo socialmente correcto para sobrevivir entre clichés y costumbres implantadas. Ellos deben aparentar poder político y fortuna, al estilo gentleman. Ellas, ser unas perfectas flapper, adeptas a la moda de faldas cortas, lucir un corte de pelo estilo bob cut, no usar corsé, escuchar y bailar jazz, fumar, beber alcoholes de alta graduación y conducir a gran velocidad como si fueran réplicas humanas de Betty Boop. Si Comus no consigue su posición social le espera otro destino. De Westminster irá directo a África.

Esta fue la primera novela corta de Saki, pseudónimo literario de Héctor Hugh Munro, un escritor nacido en la antigua Birmania, al que Borges calificó como el Oscar Wilde de su tiempo por la trivialidad y delicadeza de sus relatos en cuya íntima trama se debatía lo más amargo y cruel de las circunstancias.

Saki dejó escrito en esta novela que un veinte por ciento de las presuntas obras maestras que colgaban del Louvre estaban atribuidas erróneamente. El tiempo le ha dado la razón. Incluso se quedó corto. Aquí pueden ver el supuesto Van der Meulen que yo sospecho colgaba sobre el armarito de marquetería de la pared del entrañable salón de Francisca Bassington, la sala de estar en la que guardaba los servicios de té de Worcester de tan vivos colores y sus diversos tesoros del pasado. Este cuadro contiene las claves del drama del inaguantable Comus Bassington. Si lo leen sabrán por qué. Sobre todo les hará pensar.

Arrivée de Louis XIV au camp devant Maastricht (1673)

En cuanto a los seis relatos que incluye esta edición de la editorial Valdemar ninguno de ellos me ha gustado, tal vez destaco El almanaque por su despiadada crítica al uso de la predicción. Echo en falta sobre todo su cuento más famoso, La ventana abierta. De todas maneras tengo claro que es uno de los autores a los que de seguro volveré. Engancha. Ha sido un lujo toparme con él mientras exploraba l'actualité littéraire. Téngalo en cuenta. Se reirán con su humor negro y les devolverá la pasión por la literatura. Esto ya es un buen motivo para acertar. Disfruten.

miércoles, 23 de junio de 2010

La venus de las pieles y otros relatos, de Leopold Sacher-Masoch

Ha sido terrible. Siento un peso en el pecho. Como una gruesa placa metálica que oprime mis blandos pulmones impidiéndome respirar. Como si las galerías por donde transita el oxígeno hubieran quedado obstruidas, en un estado de hipoxia fatal. Esta obra ha mermado la capacidad de mi expresión nada más terminar de leerla y sin embargo necesito explicarme para romper la falta de impulso verbal. Es como si la literatura de Sacher-Masoch hubiera creado un estado nefasto de confusión y de temor en mi palabra. Su ficción me ha herido. Leer puede suponer también una experiencia adversa y fatigosa, pues lo real es que soy víctima de una nebulosa paralizante en mi razón. Tengo cierta dificultad para visualizar lo que me ha pasado mientras leía. Y a la vez sé que debo desencriptar lo que reposa subyacente en toda esta porfía de lujuria masoquista. Así que voy a emprender un catártico esfuerzo de síntesis para arrojar mis impresiones y parte de mi penalidad al silencio de la blogosfera. Esto tiene que quedar grabado en el tiempo.

"te lo suplico, dame patadas, si no me volveré loco"


Velvet Underground - Venus de las pieles

Al comenzar la lectura me sedujo en parte la propuesta de Severin. De repente los roles convencionales de sexualidad se transformaron por completo. De arriba a abajo. De martillo a yunque, como diría el Fausto de Goethe. El hombre pasaba a manos de la mujer. Expuesto íntegramente a su merced. A su despotismo veleidoso. La idea era interesante, experimental. Ahora soy consciente de la gravedad de este asunto. De ahí mi tensión. Creo que sufrirlo como lector me ha permitido liberarme a la postre de la subliminalidad de esta algolagnia caprichosa y cruel.

“siento en lo más profundo de mi ser cómo mi vida depende de la tuya; si te separas de mi moriré, sucumbiré.”

Severin se comporta como un asno con la Venus de las pieles, para encandilarla, pero sobre todo, a mi juicio, para instalarse en las comodidades ventajosas de la potentada mujer. Su sierva invitación procede de las garras de un lobo sediento de lujos y extravagancias. Su severidad y su placer queda desenmascarado tras inocular en la Venus de las pieles el veneno del egoísmo y la dominación. Un regalo difícil de rechazar por la morbosa actitud inicial de amor y admiración. El juego patológico que desencadena esta perversión erótica genera una enfermiza relación amo-esclavo, en la que se describe meticulosamente las prácticas sexuales de dos amantes dispuestos a llegar a la raíz de la depravación más indigna, hacia una sucinta vejación in crescendo y brutal. Mezclando fascinación, amor, deseo, sexualidad, fetichismo, poder, libertad, roles de género, dependencia, contrato social y límites del placer. El vínculo entre ellos se inicia por medio de una atractiva propuesta de poder y dominación. Severín le pide a Wanda que le ate, que le golpee, le humille y le sodomice. Descaradamente. Sin privación. Una relación claramente escandalosa de masoquismo. En esta obra, encontrarán las minuciosas confesiones de Severin von Kusiemski, un hipersensual que asegura encontrar placer en el sufrimiento, en el azote del látigo y la humillación, a través de los tormentos más terribles, incluso la muerte si llegara. Solemne ¿verdad? Pues aún hay más.

“Yo quiero ser el yunque. No puedo ser feliz si miro con desprecio a mi amada. Quiero adorar a una mujer, y eso sólo puedo hacerlo si es cruel conmigo. [...] Tan solo se puede amar lo que está por encima de nosotros, una mujer que nos somete con su belleza, su temperamento, su espíritu, su fuerza de voluntad, que sea despótica.”

En un balneario de los Montes Cárpatos de Austria, conoce a Wanda von Dunajew, la Venus de las pieles, de la que quedará prendidamente enamorado por su belleza y sus coquetos encantos. Musa de su depravación le pide insistentemente ser su esclavo, ser el mártir del ideal que ella representa: una dama de grandeza egoísta, como lo fue Catalina II de Rusia o Dalila, la perdición de Sansón.

“Si no puedo gozar plenamente de la dicha del amor, entonces quiero saborear sus dolores, sus tormentos, hasta el final, entonces quiero ser maltratado, traicionado por la mujer a la que amo, y cuanta mayor sea su crueldad, tanto mejor. ¡También eso es un placer!”

Tras mucha resistencia por parte de Wanda y un dialogo de titanes, las claves del juego se van asentando poco a poco.

“Pues claro -dijo ella-, presta atención a lo que voy a decirte: nunca te sientas seguro con una mujer a la que amas, pues la naturaleza de la mujer alberga más peligros de los que crees. Las mujeres no son tan buenas, como dicen sus admiradores y defensores, ni tan malas como las pintan sus enemigos. El carácter de la mujer es la falta de carácter.”

Severin consigue presentar con severos argumentos su solicitud de mortificación y Wanda termina aceptando excitada esta propuesta de subyugación. Todas las apetencias y deseos se describen con desmesurada transparencia, inmortalizadas ya en el apellido de este autor. Hacerse atar, azotar y humillar por una mujer corpulenta vestida con pieles de armiño, similar a la que Tiziano pintó en 1555 en su obra Venus con espejo.

“Yo quiero ser el yunque. No puedo ser feliz si miro con desprecio a mi amada. Quiero adorar a una mujer, y eso sólo puedo hacerlo si es cruel conmigo.”

Wanda poco a poco va tomando conciencia y desplegando las diversas emociones que las posibilidades de su rol de dueña le permiten, y gracias a la literatura de Sacher-Masoch podemos profundizar fielmente en la psicología de ambos personajes socabados en su cometido excepcional.

“Para que tengas toda la sensación de estar en mis manos, he añadido un segundo documento en el que declaras que estás decidido a quitarte la vida. Puedo incluso matarte si quiero.”

Y como colofón hiperdesaforado la furia y el deseo de control llegará a su extremo cuando Wanda, la Venus de las pieles, redacte el contrato que Severin deberá firmar como esclavo , e incluso admitir en sus escenas de sumisión a un tercer amante, Apolo, el griego. Para exasperar más sus nervios o, mejor aún, su sensualidad demoníaca insatisfecha.

El señor Severin von Kusiemski deja de ser en el día de hoy el prometido de la señora Wanda von Dunajew y renuncia a todos sus derechos como tal; en cambio se obliga con su palabra de honor como hombre y caballero a ser en adelante el esclavo de la susodicha y además hasta el momento en que ella misma le devuelva la libertad.

En su condición de esclavo de la señora von Dunajew habrá de obedecer al nombre de Gregor, cumplir incondicionalmente cada uno de sus deseos, obedecer cada una de sus órdenes, tratar a su propietaria con la debida sumisión, considerar cada signo de su favor como una merced extraordinaria.

La señora von Denajew no podrá castigar únicamente a su esclavo por cualquier falta o descuido, según su buen parecer, sino que también tendrá el derecho a maltratarle según capricho o tan sólo por entretenerse, como ella tenga en consideración, incluso a matarle, si así lo estima; en suma, ejercerá sobre él un derecho de propietario ilimitado.

En el caso de que la señora von Denejew tuviera a bien devolver la libertad a su esclavo, el señor Severin von Kusiemski se compromete a olvidar todo lo que haya conocido y soportado como esclavo nunca jamás, bajo ninguna circunstancia, pensará en venganza y represalias.

La señora von Dunajew, por su parte, promete aparecer ante él, como su señora, siempre que sea posible, vestida con pieles, en especial cuando haya sido cruel con su esclavo.


Al leer el contrato, Severin siente un profundo espanto y empieza a pensar en una retracción, pero la demencia de la ciega pasión le arrebata. Aún tiene aguante para continuar y ella se arma de ayuda para encontrar los límites y "curarle".

“Mientras ella me azota, el semblante de Wanda adquiere ese carácter cruel y burlón que a mí me embelesa de forma tan siniestra.”

A los latigazos y la risa cruel de Wanda se le suman los ignominiosos latigazos de Apolo, y uno tras otro terminan arrancándole toda la poesía que alojaba su lascivia fantasía, hasta llevarle al saco, a la red de la mujer traicionera, a la miseria, a la esclavitud y al abandono, porque ella coge las maletas y desaparece con el griego, mientras él queda ensangrentado por los latigazos y encogido como una lombriz a la que se pisa. La historia se repite en cada nuevo vinculo creado desde una relación de masoquismo. El que golpea se cansa de su víctima y la deja para encontrar a alguien que le aporte fortaleza.

Severin, al leer de nuevo sus confesiones, añade una interesante moraleja. Por un lado dice que quien se deja azotar, merece que le azoten y por otro dice que

La mujer tal y como la ha creado la naturaleza y como se relaciona en el presente con el hombre, es su enemigo, y sólo puede ser su esclava o su déspota, pero nunca su compañera. Sólo podrá ser esto último, cuando gocen de los mismos derechos, cuando haya igualdad en la formación y en el trabajo.

Lo que está claro es que ni los monos sagrados de Benarés (nombre con el que calificaba Schopenhauer a la mujer) ni el gallo de Platón son la imagen de la perfección. Esta es la historia de otra des-ilusión. La experiencia ha sido terrible. Tengo la sensación de que el alma del escritor estaba determinada por una constante súplica. Descubrí durante la lectura que las últimas palabras Leopold von Sacher-Masoch justo antes de morir fueron "ámame".

En cuanto a los otros relatos, también recreados con pieles de armiño, poseen en común la venganza; la venganza de La zarina negra; la venganza de una mujer Vendida; la venganza de Teresa contra el pintor Friedrich Briege en La novela de un egoísta; la venganza en Un duelo americano entre un artista y un coronel por una mujer traidora, donde las cartas de una baraja decidirán sus destinos. Rojo, vida. Negro, muerte. A esto le sigue la venganza de Warndorf hacia una femme incomprise, tras pasar Una prueba cruel; la Venganza femenina de Nadeschda von Olsufiev contra la princesa Katinka Gagarin para hacerse con el amor del conde Dimitri Strogonoff, su preferido; la venganza de la señora Mellin contra el capitán Pauloff por medio de una tortura de Amor con el bastón del sargento; la captura del talentoso pianista Theodor Döhler por medio de las estratagemas de la princesa C, en un escenario romántico y pastoril que recuerda a las pinturas de Caspar David Friedrich y para finalizar el relato de Las amigas y sus celos de conquista. Un broche que remata la serie narrativa regresando al tema de la belleza despiadada y a la necesidad de servir y hacerse esclavo de una cruel mujer. Francamente terrible. Una literatura a la que jamás volveré. Tengo la impresión de que Sacher-Masoch nunca leyó ni a Walt Whitman ni a Friedrich Hölderlin. Sólo aboga al sufrimiento y al dolor. Un erotismo antinatural del que por fin me he liberado. La síntesis termina aquí.

lunes, 14 de junio de 2010

Fin, de David Monteagudo

El título me agarró. Sobrio. Determinante. Apocalíptico. No quise leer la trama y retuve un dato mucho más revelador mostrado en la solapa. David Monteagudo descubría su vocación literaria a los cuarenta años. Esta era su primera novela. Entendí que se trataba de una ficción de insurgencia en completo estado de tránsito y al leer la primera página me sentí adherido y en sintonía con la situación, con el arranque de la novela. La llamada de teléfono explosionó en mi atención y lo compré inquietante. Los personajes eran ordinarios, personas normales y corrientes. Cualquiera de nosotros. Un grupo de antiguos amigos después de muchos años se citaban en un refugio de montaña para pasar un fin de semana. Ya no tienen nada en común, excepto el amargo recuerdo de un turbio episodio contra uno de ellos, Andrés "El Profeta". Armados con todo tipo de artefactos tecnológicos, móviles, relojes, coches y todoterrenos, sufren un fulminante apagón eléctrico que les deja completamente incomunicados. Un hecho insólito que empezará a traer poco a poco más quebraderos de cabeza.

El progreso de la obra viene determinada por la aparición inaudita de diversos animales asociada a la desaparición de estos amigos. Un corzo, un buitre, cabras, un oso, leones, un camello, galgos, un tigre. Situaciones kafkianas que hacen replantearse a cada uno de ellos lo que les está pasando, de tal manera que nos hacen testigos de sus conflictos y su imaginario resolutivo. Constantemente se mantiene la tensión de una posible venganza por parte de "El profeta", o bien la vivencia de un sueño colectivo.

“a lo mejor los que desaparecen vuelven al mundo normal, al de verdad, porque esto, esta situación... Algo pasó allí, aquella noche, en el refugio, una fractura... a lo mejor hemos pasado a otra... a otra dimensión. ¡Yo qué sé! Y los que desaparecen vuelven al mundo normal...”

Los capítulos están titulados con los nombres de los nueve personajes. Hugo, Cova, María, Ginés, Nieves, Amparo, Ibañez, Maribel y Rafa. En el transcurso de los acontecimientos, hacen lo que les dicta la lógica pero empiezan a desconfiar de su método de salvación.

Vamos a ver... -dice Amparo, con un gesto de irritación-. Es que a mí... a mí me da mucha rabia eso de explicarlo todo con un sueño. Es como las películas: la típica película en la que van pasando cosas, un montón de cosas, y luego, como no saben cómo acabarla... pues resulta que todo era un sueño, y ya está: a cobrar por el guión... ¡No te jode! Como si no notara una la diferencia entre estar soñando y estar despierta...

El objetivo consiste en llegar a Villallana, la Capital. Hacia el sur. Cada vez se ven más coches parados. Estrellados. Todo el mundo ha desaparecido. No encuentran a nadie, ni si quiera muertos. Nadie. Y mientras, ellos siguen enfrentados a sus propios conflictos de conciencia. Quietud, inactividad. Peligro inminente. Llegarán a oír un lamento inarmónico formado por una infinidad de voces, un grito inarticulado y grave, sonoro y vibrante, múltiple como el que podría producir un gigantesco instrumento de metal. Un sonido que tiene el sello del dolor y la desesperación, que suena cada vez más fuerte y que se oye con más intensidad mientras ellos se acercan con las bicis, rodando hacia el horrible y quejumbroso bramido. Suena cerca. Debe de estar cerca. Al final sólo quedará uno, en un escenario apocalíptico y revelador.

Fin posee un planteamiento arriesgado muy bien presentado. Los dos primeros capítulos pueden hacer huir a más de un lector, pero si confían en el proyecto de innovación de Monteagudo y traspasan esa barrera quedarán muy satisfechos. Es un híbrido entre La carretera de McCarthy y el guion de R.E.C. El misterio va creciendo paulatinamente lo que te lleva a leerla de tirón. Las descripciones son austeras, poco literarias, destinadas más bien a profundizar en la acción. Destaco principalmente la escena de los galgos en la gasolinera y el vínculo final entre María y Ginés. La transformación en Eva y su crítica a reconocer la falta de amor son el destello que más perdura en mi memoria.

Casualmente llevé esta novela el fin de semana pasado a una casa rural en la que me junto con unos muy buenos amigos, todos los años, pero no lo toqué. Como dije no sabía ni de qué trataba. También estuvimos observando las estrellas con un telescopio y disfrutando del ambiente rural, como hacen los personajes de Monteagudo. Ahora sé que todo habría sido diferente en caso de haberla leído antes de entrar por ese pórtico soriano del siglo XVII. No duden en leerla. Sobre todo si son asiduos a la escapada rural. Los silencios se convertirán en una presencia más. Puede que palpable. Disfruten. Teman. Exploren. Nosotros no hemos desaparecido. Existimos.

viernes, 11 de junio de 2010

Cuentos carnívoros, de Bernard Quiriny

Cuidado ante esta lectura porque aquí se narran hechos pasmosos que si tomamos por reales, podrían volvernos locos, y si los tildamos de imaginarios, resultará que ya lo estamos. Sea como sea sufrirán el accidente. ¿Preparados?

Barfleur es un lugar para la calma y el reposo. Un balneario. Allí se encuentra un hombre, uno de tantos que intenta pasar desapercibido, pero que a los ojos del narrador pierde toda su invisibilidad una noche en la que antes de cenar le ve romper una cápsula de cristal que contiene sangre y que derrama sobre un zumo de dos naranjas. Sangre y naranjas. Qué extraña combinación. ¿Una medicina? No. Se trata de un rito fetichista que realiza con adicción desde hace quince años. Un ceremonial sangriento, que por supuesto, tiene una explicación, justo la que obtendremos al leer Sanguina, el primero de los catorce Cuentos carnívoros del inquietante, a ratos, Bernard Quiriny. En él conocerán a la mujer-naranja, una joven y hermosa veinteañera, perdida en la ciudad de Bruselas, de pelo rubio irreal con ojos cargados de un magnetismo asombroso que esconde un secreto cutáneo que causa deseo y pánico, y que les transportará a un final con moho azul y papilla deliciosa. Un banquete asesino de un erotismo frutal irreparable. Entre lo putrefacto y lo elisíaco. Lectura carnívora, o mejor aún literatura osmotrófica. Saquen una pajita, clávenla en la novela... y absorban.

“Debo de decirte algo. Prométeme que no tendrás miedo.”

En El episcopado de Argentina nos mosquearemos medianamente con las dos camas que utiliza en el dormitorio Su Excelencia ¿Pasa las noches con más compañía a parte de Dios? ¿o se trata de un variante del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde? Les adelanto que es muy flojo, insulso y apagado. Y en esa baja intensidad le siguen Qui habet aures..., Quidproquopolis o la lingüística yapu y Mareas negras, exceptuando la muy interesante lista y recopilación de sus escritores predilectos, autores en la sombra que los hacedores de antologías ignoran por pertenecer a esos literatos de segundo rango, discretos, excéntricos, los pequeños maestros, los olvidados, los discípulos de otro, los herederos de escuelas pasadas de moda, los provincianos, los exiliados, los aficionados, los que no llegaron a hacer época y los que se malograron, los inactuales, los estrafalarios, los modestos, todos esos que no se encuentran en las bibliotecas apartando los monumentos que los esconden, sin genialidad. Unos cuantos escritores, todos muertos a quienes la posteridad ha dado una fortuna inmerecida. Después, con sus Mezclas amorosas notaremos la multiplicidad de egos de Renouvier y su repertorio de imágenes masculinas que un espejo molesto proyecta incluso hecho añicos mientras su mujer, Élise, duerme, ajena. Tras esta caleidoscópica agonía aparecen las Crónicas musicales de Europa y otros lugares, de las cuales, rescato unicamente La música que flota en el aire por construir un retrato tan hiperrealista sobre lo sublime adiestrado. En ellos aprovecha para expresar la sinestesia hacia sus músicos predilectos, Bach, Debussy, el trompetista Adolf Scherbaum, Listz, Berlioz, Purcell, Aaron Copland, Sibelius, Beethoven, Fauré, o las hermosas piezas de jazz The Peacocks, Big Nick, Nefertiti, My Foolish Heart o Everything Happens to Me. Embriagador.

“¿Berlioz? Jara, bergamota, mandarina, piel de limón.”

En Recuerdos de una asesino a sueldo reaparece ese efecto de inquietud y turbación que posee su narrativa de lo insólito. Por mi parte este es el Bernard Quiriny que más me gusta. Me fascina.

“Rodéeme de una atmósfera de angustia, no me dé el menor respiro. Asústeme.”

El cuaderno desvela los secretos ocultos de un pródigo escritor bajo la mirada envidiosa de su más acérrimo admirador. Extraordinario Pierre Gould tiene alma. Es magnético. Vila-Matas le hace una emotivo prólogo. Aquí llego al verdadero valor de este libro. La fuerza de atracción que poseía Pierre Gould queda más que demostrada. Seguidamente aparece El pájaro raro que sobrevoló una de las obras de Jacques Armand, entre lo insólito y lo surrealista sin causar mucha tensión. Una borrachera perpetua puede dejarte trompa hasta la muerte lo que hará que tenga que cuidarte tu familia como a un niño idiota, prisionero feliz de tu borrachera perpetua. Y para finalizar la serie el broche llegará con el último y verdadero Cuento carnívoro, en donde nos contará el insólito caso del botánico John Latourelle a quien encontraron muerto en su invernadero con el cuerpo mutilado. Momento en el que la portada toma sentido, a pesar de que no podamos ver la Dionaea muscipula, la Venus atrapamoscas, reina de las carnívoras, que Darwin calificó de la más maravillosa del mundo. La concepción de su trampa es casi milagrosa. Segrega un néctar que atrae a los insectos y cuando estos rozan dos veces sucesivas cualquiera de los dientes, estos saltan como un resorte igual que una trampa para lobos. Así que imaginen una especie más grande, terrorífica y majestuosa. Con una personalidad verdaderamente asesina. Un ser al que temer y amar. Me consta que lo leerán con temblor. Su final es sorprendente. La solución del enigma resuena con ecos de ficción y realismo sibilinamente inquietante. Se trata de un escritor muy potente, que llega por primera vez traducido a España y que derramará mucho néctar en la dionaea literaria. Es el Dino Buzzati belga. Estamos de enhorabuena. Es joven. Nos irá llegando mucho más y terminaremos siendo devorados. Un accidente al que no nos podremos negar.

jueves, 3 de junio de 2010

La humillación, de Philip Roth

Elijan butaca y tomen asiento. Esto es una performance sobre la ansiedad y la depresión. La luz se ha encendido sobre el escenario, pero hasta que no abran la tapa de este libro, Simon Axler no aparecerá para agitarles. Él es uno de los mejores actores norteamericanos de teatro clásico. Sexagenario. Tiene un problema. No puede actuar. Todo su talento está muerto. Ha perdido su magia. Su impulso está agotado y no conecta con el público. Ahora parece un lunático. Ha perdido su capacidad para abordar un papel, él, que ha interpretado a Falstaff, Peer Gynt o Vania, alguien que desde los cuatro años le fascinaba que le hablaran. De niño siempre tuvo la sensación de que se hallaba en una representación teatral. Se servía de la intensidad al escuchar y de la concentración. Con las mujeres, de joven, tuvo siempre la capacidad de convertirlas en actrices, en las heroínas de sus propias vidas, les sacaba la historia que él les revelaba que tenían, una voz y un estilo que no pertenecían a ninguna otra.

La humillación se compone de tres actos, En el aire leve, La transformación y El último acto. Algo así como, presentación, nudo y desenlace, al estilo de Chéjov.

En el aire leve, presenciaremos la desconexión de Axler. El famoso actor acepta una propuesta para interpretar los papeles de Próspero (baja intensidad) y de Macbeth (alta intensidad) en el Kenedy Center pero proyecta una imagen tan ridícula que sufre un desmoronamiento colosal. A partir de aquí lo veremos convertirse en el hombre privado de sí mismo, de su talento y de su lugar en el mundo, un hombre detestable que no es más que el inventario de sus defectos. Victoria, su esposa, bailarina de profesión, queda presa del pánico y se marcha a vivir a otro lugar. La drogadicción de su hijo descarriado es constante y esto la desborda. Simon Axler decide ingresar en un hospital psiquiátrico para analizar toda su situación y descubrir que ha podido destruir su confianza. Esta en marcha una parodia de sí mismo que antes no existía. ¿Es una manifestación de la vejez? Su aspecto físico sigue siendo todavía impresionante. Sus objetivos como actor no han cambiado, ni su minuciosa manera de prepararse un papel. No hay nadie más riguroso, estudioso y serio, nadie que cuide mejor su propio talento o que se adapte mejor a las condiciones cambiantes de una carrera teatral a lo largo de tantas décadas. Dejar de ser el actor que era de manera tan precipitada resulta inexplicable, como si una noche, mientras dormía, le hubieran despojado del peso y la sustancia de su existencia profesional, de la capacidad de hablar y escuchar mientras le hablaban en un escenario... a eso se reducía todo, y eso era lo que había desaparecido. Dentro de esa isla de emociones, mantiene dos sesiones semanales con el psiquiatra, el doctor Farr. Hacen un examen de las circunstancias de su vida que precedieron a la aparición repentina de lo que el médico denominó «una pesadilla universal». No puede salir a escena. Es incapaz de actuar. Le humilla tanto como si tuviera que salir desnudo por una concurrida calle de la ciudad, como si no estuviera preparado para un examen decisivo, como si se cayese por un precipicio o como descubrir en la carrera que no te funcionan los frenos. Analizan todo tipo de variables. Matrimonio. La muerte de sus padres. La relación con su hijastro drogadicto. Infancia, adolescencia. Sus comienzos como actor. La muerte de lupus de su hermana mayor cuando él tenía 20 años. Axler se esfuerza al máximo por ser sincero y, en consecuencia, revelar los orígenes de su estado, y así recuperar sus facultades. Sin embargo en nada de lo que contaba se percibía una causa para «la pesadilla universal». A los veinte días de estar internado, esa noche duerme del tirón hasta las ocho de la mañana. Participa en las conversaciones grupales. Un anciano, maestro de escuela que había intentado ahorcarse en su garaje les dio una conferencia sobre las maneras en que los de fuera consideraban el suicidio: "El punto de vista más clínico, que ni castiga ni idealiza, es el del psicólogo, que trata de describir el estado mental del suicida, el estado mental que tenía cuando lo hizo." Axler interviene seguidamente y se percata de que lo hace para actuar ante un público más amplio desde que abandonara su profesión de actor.

“El suicidio es el papel que escribes para ti mismo -les dijo-. Lo habitas y representas. Todo está cuidadosamente puesto en escena... donde te encontrarán y de qué manera. -Entonces añadió-: Pero es una sola representación.”

Al terminar esta reunión aparece Sybil van Buren. Morena de piel pálida, menuda y delicada, con la fragilidad ósea de una muchacha enfermiza. Y allí, sentados en una mesa, le cuenta su tormentosa historia. Uno de los momentos más turbadores de la narración. En la página 30.

“No estoy loca. Le vi hacerlo.”

Cuando crucen esta escena las hojas pasarán por su retina a una velocidad vertiginosa porque se irá poniendo cada vez más interesante. Jerry Oppenheim, su agente le cuenta a Axler que en el Guthrie preparan Larga jornada hacia la noche. Preguntan por él. Quieren que represente a James Tyrone. Le propone soluciones. Le da los mejores consejos. Quiere que se centre.

“Una y otra vez tu manera de actuar me cogía por sorpresa, y a lo largo de los años, emocionabas infinidad de veces al público y siempre me emocionabas. Más que ningún otro actor, te alejabas de lo obvio tanto como era posible. No podías ser rutinario. Querías ir a todas partes. Lejos, lejos, lejos, tan lejos como pudieras. Y el público siempre creía en ti, donde quiera que lo llevases. Cierto que no hay nada establecido de un modo permanente, pero tampoco hay nada permanentemente perdido. Tu talento se ha extraviado, eso es todo.”

Sin embargo, Axler, no quiere atender. Está perdido en sus miedos.

“No, Jerry, ha desaparecido. No puedo hacer de nuevo nada de eso. O eres libre o no lo eres. O eres libre y es auténtico, es real, está vivo, o no es nada. Ya no soy libre.”

“En el fondo siempre he tenido la sensación de que carecía de talento.”

“Todo era una chiripa, mi talento era una chiripa, como lo fue que me viera privado de él. Esta vida es una chiripa desde el principio hasta el fin.”


Transformarse en otra persona le fue siempre liberador y sopesa la idea de meterse en el papel de James Tyrone. Además, su agente, le ha habla de Vicent Daniels, un psicólogo, inconformista, luchador, alguien que le hará volver a la contienda. La persona que le devolverá el espíritu de lucha. Le da su tarjeta para que se ponga en contacto con él y acabe con todo esto.

El segundo acto, La transformación, sirve de tránsito hacia el desenlace final. Axler, entra en otra etapa de su vida desde donde podrá explorar una nueva vía de curación. El amor. Lo catártico rothiano regresa inexorablemente al romance con veinteañeras. Ese es su constante filón literario. Pegeen, la hija lesbiana de unos amigos con los que representó en el pasado El fanfarrón del mundo aparece por su casa, causando un completo estrépito porque él se cae en las escaleras de la entrada y ella le cura las heridas de la mano y le da un vaso de agua. Luego le hace la cena mientras él la observaba sentado desde la mesa de la cocina bebiéndose una cerveza. Pegeen tiene una presencia vibrante, es firme, sana, está rebosante de energía, y pronto deja de tener la sensación de que, sin su talento, se hallaba solo en el mundo. De repente es feliz, un sentimiento inesperado. Axler va a la sala de estar y pone un disco de Schubert interpretado por Brendel. Y... a partir de aquí, empieza el conflicto rothiano. La diferencia de edad. ¿Por qué siendo lesbiana desea estar con alguien como Axler, con los problemas que eso implica? Sus padres eran amigos suyos. Hace que la relación sea un asunto tabú, clandestino. Además él, en el pasado tuvo una relación con su madre y critica la relación de «absurda y desacertada». Su mensaje lleva implícito: No te establezcas como cuidadora de un viejo chiflado. A todo esto se le suma que está empezando a tener dolores en la espina dorsal.

En El último acto, Simon sufre su golpe de realidad. Tras haber experimentado tríos sadomasoquistas para satisfacer a Pegeen y defender su amor por ella ante quien sea, descubre el peso de las limitaciones de su edad, sus frágiles posibilidades de paternidad y en un gesto extraordinariamente paradigmático del héroe de Roth, reflexiona seriamente y al sentir que no puede volver al escenario, sintiendo que el artista ya no puede crear, Roth sugiere, la nada por vivir y en un convincente y poderoso final, Axler hace un perfecto homenaje a Konstantin Gavrilovich, personaje universal de La gaviota de Antón P. Chéjov, quitándose la vida.

La humillación posee un fuerte paralelismo con el drama clásico de Sófocles, O'Neill o Shakespeare. Simon es un héroe trágico perfectamente defectuoso, un suicida deprimido, que sucumbe a un hecho aislado de autotormento. Fantasioso narcisista, se niega a los consejos constructivos de su agente acerca de enfrentarse a su miedo escénico haciendo una reaparición. Pero en lugar de esto, Simon Axler se obceca en restaurar su virilidad y su seguridad profesional por medio del deseo erótico y la renovación sexual para curar su temor a la humillación, al fracaso, a la mortalidad y a todas las espigas y flechas de las cuales la carne es heredera. El trágico método catártico-rothiano que cierra el telón con rugiente maestría.

Y miren, aquí lo tienen una vez más, con su trigésima novela y la séptima en la presente década. Con 76 años a sus espaldas, sigue siendo un coloso literario, cuya capacidad de inspirar, sorprender y enfurecer a sus lectores no ha disminuido ni un ápice. Cada vez refina más su estilo narrativo... ¿Dónde tienen los ojos el gabinete de los Premios Nobel? La humillación consiste en negárselo. Es un Huracán en papel. ¡Disfrutadlo!