HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

domingo, 16 de octubre de 2011

Knockemstiff, de Donald Ray Pollock

Este tipo de literatura es vital para recuperar la escurridiza confianza en la literatura, que en muchas ocasiones solemos perder, cuando al entrar en la librería somos importunados desde las zonas más visibles de los estantes, por narrativas grasientas, convencionales y de estructura naïf. El peso en la conciencia de tanta literatura pedestre suscita fatiga en nuestra certidumbre lectora y pocas ganas de dejarse atrapar.

Pero por suerte, existe la editorial Libros del Silencio y un escritor valiente llamado Donal Ray Pollock que moduló su lenguaje para crear Knockemstiff, una obra sobresaliente, brutal. Escrita con humor y transparencia, pese a que sus personajes son de una tristeza atroz, consumados en una hondonada, un agujero negro del que sus habitantes sienten que es imposible escapar.

La obra está compuesta por dieciocho relatos. El Hoyo de la Dinamita, Pildoras y Hondonada te forjan unas imágenes en la mente de una potencia admirable. La traducción de Javier Calvo es todo un lujo que consigue transmitir toda la fuerza emanada de las ficciones de Ray Pollock para tratar la sordidez, la violencia y la soledad de Knockemstiff, ese reducto irresoluto de Ohio, EEUU, un estado que vio nacer a inventores y pioneros como Neil Armstrong, los hermanos Wright o Thomas Edison.

Si escogen este explosivo, tengan cuidado con el prólogo de Kiko Amat. Es realmente bueno, por eso mismo les recomiendo que lo lean al final y que entren, por lo tanto, a bocajarro en el mundo de Pollock. Sin chaleco salvavidas, sin billete de regreso. Su lectura les deslumbrará y les oxigenará de fresca literatura. Knockemstiff es una medicina contra la trivialidad.

jueves, 25 de agosto de 2011

La subasta del lote 49, de Thomas Pynchon

He flipado, jajaja. Esta obra te nutre la mente de escenas y personajes reactivos y genuinos. Pynchon es libertad literaria, genialidad, creatividad y surrealismo hilarante. Está repleta de color, de relieve, pero sobre todo de movimiento. Es una micro-novela de tránsito donde fluye sin temor el alma de Pynchon. Literatura hacia la entropía que en su final te deja literalmente suspendido en el abismo y al lanzar la vista atrás tan sólo te queda reírte a carcajada limpia y pensar —¿Qué has hecho conmigo, Pynchon? Me has transportado a noventa lugares, me has hecho saltar siete, ocho, nueve veces en el tiempo (ya ni sé), he sentido cuarenta y nueve mil sensaciones dispares. ¿Por qué lo dejas aquí? Dale más vida a tu paranoia y déjanos escuchar a Loren Pardillo hasta saber que hay en ese intrigante lote 49. Ponnos sobre otra pista más que no nos lleve más que al deleitoso absurdo del entretenimiento y la fascinación. Tu universo es adictivo. Eres el James Joyce de la literatura contemporánea. Un Huracán en papel vivo. El ejemplo de que la literatura es talento, aprendizaje permanente y disposición hacia la libertad. Wah-wah ¡Que bien suena tu trompeta, cabronazo! Jajaja. Me siento un privilegiado por poderlo disfrutar—.

¿Me permite preguntarle si ha venido a pujar, señora Mass?
—No —dijo Edipa—. Solamente a meterme donde no me llaman.



martes, 23 de agosto de 2011

La peste, de Albert Camus

Cuando entré al museo de los Premios Nobel en Estocolmo observé en una de sus vitrinas el libro de Camus acompañado de una foto en la que se le podía ver junto al laureado Jean-Paul Sartre, y supe que en algún momento remoto de mi vida me arrojaría a su famosa literatura y sentiría el peso de su adjurado existencialismo.

Ahora puedo decir que así ha sido. Ese momento ha llegado y se ha producido de una manera suave y en total sincronicidad, como si ambos nos necesitáramos, libro y lector. Curiosamente, sin yo saberlo, los sucesos de la novela acontecen en la mitad del mes de agosto. Encajando en este punto insólito del tiempo. Harto de calor. Llevaba unas semanas que no me apetecía leer nada. Quería leer muchas obras pero me costaba acercarme. Una barrera ficticia me lo impedía. Sin embargo, al repasar una por una las novelas sin leer de mis estanterías, La peste de Camus me cauterizó la herida. La lectura me cautivó desde el primer párrafo. Su literatura poética te impele a leer a un ritmo insistente, inmerso en una marea agitada de un océano afligido, abismado en una danza hacia la ciudad mortal donde hierve la fiebre de la peste.

[...] y a veces, a la hora del crepúsculo, que en esta época llegaba ya más pronto, las calles estaban desiertas y sólo el viento lanzaba por ellas su lamento continuo. Del mar, revuelto y siempre invisible, subía olor de algas y de sal. La ciudad desierta, flanqueada por el polvo, saturada de olores marinos, traspasada por los gritos del viento, gemía como una isla desdichada.

Su escritura posee una estética sinuosa. Pulcra. Tanto, que puedes llegar a sentir la necesidad de releer párrafos e incluso páginas enteras. Leerle es todo un placer. Es una fuga. Una libertad. Tomas conciencia de manera inmediata de la relevancia de su nombre. Y cada reglón que ya has leído es como si se perdiera un filamento de oro de esta joya de la literatura del siglo XX.

La peste es la alegoría del absurdo, del egoísmo y de la hipocresía. Cualquiera que lo lea en estos convulsos tiempos en los que nos encontramos, verá representada la irracionalidad de nuestro sistema social, y a la vez entenderá la importancia de la libertad individual, la solidaridad y el compromiso, valores enemistados contra la indiferencia, la autoridad o cualquier dictadura que asome su apestoso hocico. La peste descubre las claves que le permiten al hombre huir de todo sufrimiento. Mantiene una lúcida cadencia con el movimiento ateo y la filosofía anarquista versionando en grado frágil parte de la atmósfera de El proceso de Kafka. Camus aboga por una nueva moral basada en la honradez y el amor. Y les puedo decir que funciona. Sólo tienen que ver en acción a Rieux, Tarrou, Rambert y Grand. Es muy sencillo. Intuyo que los que la leyeron aún disfrutan de los efectos de este admirable Huracán en papel, y en parte es por esto, que la sociedad no se ha ido ya al mismísimo carajo.

En tiempos de peste, prohibido escupir a los gatos.


El Saint James Infirmary de Londres fue el hospital de leprosos más famoso, y es citado en esta obra.

martes, 14 de junio de 2011

Solar, de Ian McEwan

Lo dije hace unos meses en TwitterEcho de menos a Ian McEwan.Sentía la necesidad de sumergirme una vez más en su sofisticada y sutil literatura. Aún resuenan en mis abiertos pulmones aquellos vibrantes guijarros del duelo de Chesil Beach. Guijarros que me transmitieron la belleza y la urgencia de la comunicación. Han pasado ya tres vertiginosos años. Tres ciclos de contienda, libertad y literatura. Tres vueltas de la Tierra alrededor del Sol. Tres. Tres maravillosas vueltas. Tiempo que Ian McEwan ha destinado para declararle pleitesía al Astro Rey, en esta refulgente obra que el lector va ha poder disfrutar ahora que en nuestra vieja Europa está cubierta por la caleidoscópica primavera. No sé si les ocurrirá igual, no sé si cada libro posee oculto un propósito que detona en su voluntad, no lo sé pero a mi esta novela me ha expulsado fuera de casa. Me arrojó a la Ribera Fresca del Ebro, para que leyera a pocos metros de mi refugio-laboratorio, sobre la cariñosa hierba, y sobre bancos inertes que recogen nuestros cuerpos de marfil frente a las místicas aguas teñidas por lejanas tormentas de tránsito, y rocas bondadosas que yacen enamoradas de un esférico cielo que no deja de cambiar. Entre lo impertérrito y lo veleidoso, cada página entró por mis ojos salpicada de energía solar. Cada palabra emitió su destello, la tinta adquirió un brillo muy especial. Yo, Tránsito Blum, águila cósmica en la batalla, abrí las alas a su literatura y sus corrientes metaficticias me transportaron hacia un alto estrato de catarsis, de pasión y de fulgor por esta vida que aquí gastamos. Pasé mis manos una y otra vez acariciando las hojas como si al sol pudiera fundirme con las huellas de mi piel. Y fui solar. Sigo solar, y me declaro eternamente solar. He sentido esta misma sensación leyendo a David Eggers en los Guardianes de la intimidad o a Thomas Pynchon con su narrativa underground. Sus lecturas me han hecho sentirme solar. Solar. ¡Oh, grillos!, que palabra tán cósmica y potente, tan atractiva y catártica. Yo soy solar. Y tú, tu también eres solar. Todos somos un efecto foto-eléctrico, la combinación Einstein-Beard, el desenlace de las interacciones entre luz y materia, desplegada en una sucesión de pasos lógicos que nadie debería ignorar.

Esta obra salpica luz. En cuanto tenga la más mínima oportunidad pondré mi cuerpo desnudo frente al mar y dejaré a las olas que besen mis pies, en esas orillas de sal y burbujas de mar, en ese fresco manto azul empañado de sol. En ese manto fresco azul que lo empaña todo de amor, sin olvidar la crema solar en las sublimes horas de picor. ¡Larga vida al Sol!

lunes, 6 de junio de 2011

Vicio propio, de Thomas Pynchon

La última obra de Thomas Pynchon. Posiblemente, el mejor escritor vivo del Planeta Tierra. Su alma anarquista y su escritura más allá de la frontera convierten sus letras en un tránsito de conciencia. Así que con ese temblor me dirigí hacia su encuentro y al entrar en la librería todo la que la rodeaba quedó emborronado en la nada y lo invisible, y ahora puedo entender que si alguien me vió cogerla, tuvo que notar como mi mano y mi brazo se adelantaban a mi cuerpo con una inercia acentuadamente presurosa. Los mensajes que contienen sus obras son los bosquejos de un gurú. Emiten luz sobre un fondo negro. Se trata de un mente preclara. De un escritor enigmático trazando una Nueva Ruta en esa ficción que se hace más real que la propia realidad. Y resguardado en mis silencios, en esos ratos de tiempo muerto, pero vivo para la literatura, me zambullí en la atmósfera sesentera de Los Ángeles y conocí al sabio Doc Sportello. La experiencia ha sido... chachi. Muy chachi. Super chachi. Un vicio chachi.

jueves, 7 de abril de 2011

Dublinesca, de Enrique Vila-Matas

Asombroso. Vila-Matas es un genio de la literatura y esta obra que tienen aquí delante es un potente Tifón Literario. Un viaje hacia las entrañas de la literatura subversiva con paso ligero, o más bien, a toda prisa, en sintonía con la acción del sujeto de la portada. Dublinesca es una acción de tránsito, una evasión metafórica, real y condescendiente del propio escritor que nos habla de la huida de su fortaleza francesa, la cual ya no tiene sentido habitar porque le ha llevado a la rigidez y al encarcelamiento de su alma, eminentemente literaria, aunque aportándole un extenso mapa de experiencias identitarias en su camino hacia la anarquía y la perfección: encontrar en su galaxia interior esa obra maestra de la literatura universal que él se sabe contiene en su subconsciente más agilizado.


Dublinesca acojona. Vila-Matas deslumbra. Ha trazado un plan. Va directo al centro del universo. Allí intuye que se encontrará con Thomas Pynchon. Dentro del ojo del huracán.


Mis impresiones durante la lectura son de una intensidad difíciles de describir, aunque ahora que miro la portada, creo que tras leer las diez primeras páginas, sentí un súbito golpe de aire ascendente, proveniente del revuelo que esa gabardina mackintosh hace en la ajetreada e informal carrera escritura hacia Dublín, con el deseo de dar fin a toda una era, la estación Gutenberg, que deja visibles en su esencia a Joyce y Beckett. Sin perder de vista a Kafka. Pero ese revuelo inicial no sale de nada, todo lo contrario. Es el resultado de diferentes masas de aire, que Vila-Matas tiene la generosidad de citar. Estén atentos: Philip K. Dick, Robert Walser, Stanislav Lem, James Joyce, Fleur Jaeggy, Jean Echenoz, Philip Larkin, Marguerite Duras, W.G. Sebald, Vilém Vok, Andrew Breen, Hobbs Derek, O'Sullivan, Brendan Behan, Saul Below, Maurice Blanchot, Gracq, Philip Sollers, Julia Kristeva, Romain Gary, Andrew Breen, Houellebecq, Arto Paasilinna, Hobbs Derek, Martin Amis, Hart Craine, John Banville, Augusto Monterroso, Hugo Claus y su cercano Georges Perec.


Sabemos que hay muchos más, pero el banquete de Dublinesca, sirve estos a la mesa. Yo no he dejado de salivar. Por eso mismo, Dublinesca, acojona. Porque tanta belleza... nos va a matar. Si no estamos muertos ya.


Y para terminar, decir que, internet es, para el escritor moderno, la gran enciclopedia del otro. Esta devolución de sensaciones tras la lectura de Dublinesca está entrando por las retinas del autor. Tarde o temprano le están llegando y puede recoger el fruto de su cosecha, un momento que se debate entre lo misterioso, lo cruel o lo satisfactorio. Recuerdo que Michel Houellebecq confesaba en Enemigos públicos padecer la misma obsesión: recoger con la cosechadora de Google todo lo que se citaba con su nombre. No sé hasta que punto esto puede beneficiar en su literatura porque estoy a la espera de leerme su último proyecto literario, e incluso me pregunto que habría sido de la literatura de Proust, Joyce o Kafka si hubieran podido recoger las impresiones que suscitaban sus letras en lectores remotos, más allá del periodista literario, lectores afanados por la potencia de transformación que puede alcanzar la literatura, el artefacto más poderoso de la faz de la tierra. En mi caso concreto, internet ha mejorado potencialmente la práctica de leer. No me ha distraido. Ha supuesto un facilitador y una alejandría de complementos. Mientras leo puedo escuchar la música que se cita en la obra, observar los cuadros que comenta, audiovisuales, trozos aislados de películas que aportan un mensaje de claridad en el desarrollo, puedo trasladarme al lugar que desee con Google Earth, notar cómo son las calles, los espacios, detenerme en múltiples detalles o complementarme en mis deducciones. Me siento un observador creativo en esta epopeya mortal de la lectura porque mi deseo por presenciar al otro es mayúsculo. Y quiero añadir que he leído Dublinesca en formato digital, muy cómodamente, sintiendo el inmenso placer de la lectura, fluidamente. Así que si alguien quiere que le preste esta gran obra tan sólo debe dejar su correo en los comentarios, y esto es así, sencillamente, porque me apetece compartirla. En realidad lo más importante es que te lean y si procede y se puede, adquirirla físicamente para darle fuerza a la estantería de los grandes. ¡Disfruten!

Voy a Dublín a un funeral por la era de la imprenta, por la era dorada de Gutemberg. El funeral, siempre demorado, de la literatura como arte en peligro.

martes, 5 de abril de 2011

La guerra de los mundos, de H.G. Wells

Una ficción arrolladora. Wells nos arroja a un Londres debastado, arrasado y mortal. Muerte y destrucción despiadada causada por alienígenas. En Marte sí había vida. Y los marcianos deciden llegar hasta nuestro planeta y lanzan unos grandes cilindros desde Marte para atacar la Tierra. Dentro de cada cilindro hay dos marcianos y un sofisticado armamento que al llegar a nuestro planeta se despliega automáticamente convirtiéndose en gigantes arañas metálicas de cinco patas con cables que cuelgan para agarrar todo lo que está a su alcance, y un demoledor rayo calórico que todo lo destroza con su haz de energía calcinante. Por donde pasan extienden su humo negro y el terreno se llena de hierba roja que tiene un sabor muy metálico. Dos mundos enfrentados, de la noche a la mañana, por unos marcianos que transformarán mucho más la mentalidad del hombre que el paisaje de nuestro planeta. A la postre supondrán un beneficio para el hombre, pues nos han robado esa serena confianza en el futuro, que es la más fructífera fuente de decadencia, y han promocionado el concepto de una estrecha unión de toda la humanidad.

Sigamos vigilando Marte, el espacio sideral y todo lo que esté al alcance de nuestra vista. Formemos un único planeta, brillante, nítido, compacto, en el que podamos caminar entre lechos de flores en las colinas o por las calles adornadas de escaparates en nuestras ciudades residencia, junto a nuestros seres queridos. Yo lo he leído en mi ciudad, Zaragoza, paseando por la ribera fresca del Ebro, pero puede leerse en cualquier remoto lugar de nuestro planeta. Produce un terror catártico. Lo considero filosófico e imprescindible, y más aún, ahora que sabemos que en junio Spilberg lanzará Falling Skies. Todo un tributo para los fieles de V, Lost o Battlestar Galactica. ¡Disfruten y defiendan al planeta! En dos tirones la pueden leer.



martes, 15 de marzo de 2011

Purga, de Sofi Oksanen

Como todos los sábados por la mañana cogí el Pc-Tablet y me descargué la versión impresa en pdf del suplemento cultural Babelia de El país para conocer l'actualité litteraire y en la portada recibí una muy interesante noticia. Sofi Oksanen había sido galardonada con el Premio a la Mejor Novela Europea del 2010. Así que sin leer el artículo marqué el teléfono de la librería y me lancé a preguntar si ya estaba a la venta. La librera me dijo que sí. Me contó la gran acogida que había tenido, me contó que tal vez era una literatura para mujeres, intimista y que profundizaba en la psicología de los personajes. Yo le contesté que eso la convertía en una pieza todavía más interesante. Le gustó mi apertura. Seguimos charlando. Me contó que una mujer belga ya la había leído en francés pero que deseaba leerla también en español de lo mucho que le había gustado. Me fue dando más detalles. Mientras tanto el título me resonaba con más fuerza en la cabeza. Purga. Purga. Purga. La palabra me suscitaba catarsis y renovación. Le conté que acababa de leer 1Q84 y que había quedado muy decepcionado. Muchísimo. Le añadí que conocía la versión de Orwell. Ella también. Coincidimos en que cualquier versión orwelliana era candidata para indiferenciarla. Su fidelidad a Orwell me gustó. Yo aún le di una oportunidad a Murakami. Ella por suerte, no. Surgió contarle mi activismo como bloggero. Yo sabía que ella también mitigaba su crítica literaria en la eternidad de la bloggosfera. Intercambiamos los dominios, pero yo sabía más de ella que ella de mi. Eso me vino a la cabeza, un instante, hace cuatro años, en el 2007, le pregunté si sabía cuando llegaría el National Book Award 2007 traducido de Denis Johnson. La noté ágil. Noté que devoraba la literatura. Tenía muchísimo entusiasmo. No ha perdido ni un ápice. Siempre que he entrado en esa librería he puesto atención en lo que contaba. Ahora sigo sin acordarme del su Blog, tras colgar el teléfono se me esfumó. Busqué por Google con la palabras que creía haber recordado, La casa del libro perdido, pero no obtuve recompensa. ¡Qué cabeza la mía! Así que me fui sin dilación a comprarlo. Ni tan siquiera quise leer el artículo del Babelia. Quería entrar en blanco en esta premiada novela. Y lo compré en otra librería. No entré en la suya. Puede que por el título. Purga. Purga. Ahora... acabo de terminar de leerla y esto es lo que puedo decir de ella. No es mucho. Pero es algo.

Interesante escritura excesivamente premiada. La narración es fluida y en ocasiones alcanza un nivel estético rozando lo poético pero sin llegar a serlo. El estilo me hizo acordarme de Herta Müller por la brevedad de muchas de sus frases pero sin la potencia simbólica de su prosa. Escrita con mucho ritmo. Dibujando los temores psicológicos de dos mujeres que nos abrirán diversos mundos conectados con Estonia, la guerra de los Balcanes, la ocupación nazi, la invasión comunista de Stalin, el tráfico de mujeres, rivalidades, traiciones, humillación y miedo. Soki Oksanen está a medio camino entre Assa Larson y Herta Müller. Este es su tercer libro. Su literatura promete, pero aún pasará mucho tiempo hasta que alcance la Alta Literatura. Disfrutarán mucho con los personajes de Aliide y Zara. Con su vínculo. Sobrecoge y... purga. Purga. ¡Viva Estonia libre!

sábado, 26 de febrero de 2011

1Q84, de Haruki Murakami

Leí 1984 de Orwell en la misma época en la que descubrí el jazz, el sexo multicultural y la revolución de los sentidos. Me lancé a esta convulsa lectura estudiando la carrera en Salamanca, consciente del que sería uno de los mejores tránsitos literarios. Psicología, filosofía de la mente y literatura debían caminar siempre juntas para indagar en los verdaderos problemas de la humanidad, las preocupaciones morales del hombre, penetrar en lo más íntimo de la psicología humana hasta un nivel de profundidad catártico. Orwell creía en la inmortalidad personal y sabía muy bien que el hombre medio quedaría totalmente deteriorado si seguía trabajando como una bestia de carga o temblando por miedo a la policía secreta o cualquier cuerpo fascista de represión, cuestiones que le llevaron una y otra vez a planteamientos socio-políticos en sus obras. Orwell, en plena fase de reposo para curar su tuberculosis en Inglaterra, se marchó como un Quijote a luchar contra el fascismo que estallaba en la Guerra Civil Española, tomando una postura tanto antifascista como anticomunista puesto que su verdadero espíritu revolucionario era antitotalitario. Esto me causó una admiración total hacia su visión humanitaria de las sociedades y la política. Muchísimos años después, instalado en Zaragoza, recorrí la Ruta Orwell por Aragón para presenciar las barricadas en las que había luchado y revivir un quark de todo su espíritu libertario. Supe inmediatamente que Orwell ante todo era un hombre que nunca le tuvo miedo al poder, sino repulsa a aquello que oprimía la libertad del ser humano. Su ideal se definía en los valores democráticos y para divulgarlos luchó en contra de la manipulación de la historia, tema de completa relevancia en 1984 y que conecta con sus recuerdos en España. En 1944, el mismo año que terminó Rebelión en la granja dejó escrito en su columna literaria del semanario socialista Tribune, la siguiente idea que me gustaría que leyeran antes de que entremos en la crítica de la obra de Murakami:
Durante la Guerra Civil Española tuve la sensación muy fuerte de que nunca se escribía o podría escribirse una verdadera historia de la guerra. Cifras exactas, relatos objetivos de lo que pasaba, simplemente no existían. [...] Y si Franco o cualquiera que se le parezca permanece en el poder, la historia de la guerra consistirá en gran medida en «hechos» que millones de personas actualmente saben que son mentiras. Uno de estos «hechos», por ejemplo, es que hubo un considerable ejército ruso en España. Existen pruebas abundantes de que no hubo tal ejército. Pero si Franco permanece en el poder, y si el fascismo en general sobrevive, ese ejército ruso aparecerá en los libros de historia y los escolares futuros creerán en ello. Así que, desde un punto de vista práctico, la mentira se habrá hecho verdad.

Pues bien. De esto trata la ficción mientras que el 1Q84 de Murakami me ha resultado literatura plana de narrativa circular, manida y sin pulso, que hace uso de una quincena de metáforas sintoístas para abrir el apetito pero desprovista de relieve, de luz y de singularidad. Me siento timado por este escritor japonés a la caza del bestseller para hacer otro bestseller y sigo sin entender porqué se le cita como candidato al Premio Nobel de Literatura con las patatas que publica. 1Q84 es un plagio estructural de Los hombres que no amaban a las mujeres de Steig Larsson hibridado con Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll y tres someras pinceladas de la auténtica 1984 del maestro Orwell, quien en su día generó en mi intelecto uno de los más huracanados impactos literarios de la literatura antitotalitaria. Aquí el concepto del Gran Hermano ha sido desprestigiado. Haruki Murakami me sigue pareciendo un escritor de adolescentes ya casi al mismo nivel que Federico Moccia o Stephenie Meyer, sin el mojigatismo de éstos, pero a años luz de la literatura de Kenzaburu Oe como referencia de tránsito en la literatura japonesa que saltó a los abismos del existencialismo. Murakami es un escritor completamente encajonado por los muros de las ventas con una su visión isla del que tan sólo consigo sacar una narración fluida, propia del barman inquieto que fue en su día, muy interesando por el jazz, la música docta, los gatos, la comida sana y sus carreras de runner mediático, pero que a ojos vista, expresa poco el poder y la grandeza subversiva que posee la Alta Literatura. Al penetrar en la naturaleza de la ficción muestra ideas letas, enclenques y gurruminas. Y con ello me remito al trasunto de la teoría A y la teoría B sobre realidad que, Aomame, protagonista de esta pauvres roman, mantiene con el lider esquizoide de una secta calco a los Testigos de Jeohvá al que presenta con poderes telekinésicos. Dentro de la lógica narrativa común estaríamos hablando de uno los momentos más álgidos de la historia, cuando acude a esa oscura y tétrica habitación de hotel de Tokyo para darle un quiromasaje que pueda mitigar la extraña insensibilidad (particularidad, que por cierto, me recuerda a la analgesia congénita que sufre uno de los esbirros de Zala en la Trilogía Larsson, otra coincidencia más de las tantas que aparecen) de una enfermedad muscular que nadie es capaz de sanar. El líder de Vanguardia sabe cual es el cometido de Aomame y la espera para que de fin a su tormentosa vida. Pero antes le dice cómo van a sucederse los acontecimientos. Le habla del gran amor que Aomame siente por Tengo y de lo que tiene que sacrificar para salvarle la vida. Toda una serie de argumentos y bagatelas que te alejan de lo que podría haber sido, tal vez, una trama adictiva. A partir de ahí se va poniendo cada vez más cansino. Entra en el tema de los perciever, los reciever, la daughter y los siete Littel Peopel y tengo la impresión de estar leyendo casi un poema de Gloria Fuertes. Y si además comparo a los protagonistas Murakami sale perdiendo porque Winston, era ateo. No cree en dios, pero entiende que existe un principio en el universo que termina destruyendo a aquellos que son malvados. Tal vez el espíritu del hombre. Él es el guardián del espíritu humano, mientras que Tengo, el protagonista de Murakami es un matemático con dotes para la narración pero incapaz de lanzarse al caos. Orwell salta a un futuro cercano y Murakami hipotetiza sobre un pasado cercano que podría haber sido otro del que ahora conocemos. Una ficción poco estimulante.

Tan sólo rescato de esta obra todo lo referente a la ciudad de los gatos. Ésta es la parte que para mi podría haber ocupado toda la novela por el peso de ficción y atracción que posee. Y, al igual que nos tiene acostumbrados Paul Auster en sus obras, Murakami también arroja buen cine, música y buenos libros dentro de sus viajes literarios. En cuanto a música cita la Sinfonietta de Janácek, lo más selecto de Bach y el Lachrimae de John Dowland. Sobre literatura rescata la maestría del Cantar de Heike, la Antología de los Cuentos del Pasado y las reglas narrativas de Chéjov. Al cine le dedica atención a Trono de sangre y La fortaleza escondida de Akira Kurosawa junto con La huida de Sam Peckinpah. No está nada mal, aunque todo ello queda deshilado de la narración, excepto la Sinfonietta, con la que logra un ritmo de intriga en el comienzo propio de un escritor al que se le espera tanto. Y lo que fue anunciado como su obra maestra se ha quedado en un folletín ambientado en un escenario con dos lunas, un amor melancólico y una crisálida borrosa. Aprovechando además para hacer publicidad patriótica de Toyota. No sólo es mala literatura sino que además 1Q84 de Haruki Murakami quiere tener tantos colores que pierde la advertencia grisácea orwelliana. Esta obra me hace entender lo poco que sabe Murakami de la tragedia de las guerras y lo fácil que es juzgar desde su sillón encumbrado. Aquí no hay nada de Orwell. Esto se acabó y poco me importa lo que contenga el tercer libro. Es una obra irrecuperable. Para mi, el resto, es silencio. Discúlpenme, amantes de Murakami, pero es que hasta el traductor no ha estado nada acertado.
Página 558
Aún así, la pongo a su disposición, para que ustedes mismos la lean y la valoren: Descargar

lunes, 31 de enero de 2011

Constatación brutal del presente, de Javier Avilés

¿Quién ahora sino Javier Avilés?, editor multiegoíco del metaliterario blog El lamento de Portnoy, ese mítico espacio para la reflexión más intelectual dedicada al cine y la literatura. Un debut, por mi parte, muy esperado, por la original posición en la que coloca su ojo crítico-fenomenológico para escudriñar la realidad siempre enmascarada. Su motor existencial avanza por túneles húmedos, tuberías estrechas, entre marañas de cables y tubos hacia una ficción ajena, recubierto de polvo y mugre, distanciado del texto, observándose así mismo escribir, hacia la muerte del narrador, contra la imposibilidad e inexistencia del lector, buscando el ideal en la nada, en la prisión catártica de una habitación milimétricamente habitada para el otro, afinada igual que la de Celso Castro, pero en clave grave de Do, con el ansia, el hambre y la sed de acelerar el tiempo hacia un apocalipsis que detone definitivamente lo narrativo, en pro de un mañana en el hoy. Y puesto que como apunta, con su arma brillante y aceitosa, ya todo está dicho en la literatura, lo único que puede suscitar el tránsito devendrá en la forma de contarlo. Esa puerta, hoy cerrada, nos dará paso a La Cúpula. Siga avanzando lector, no se detenga. La Constatación brutal del presente, y olvídese de ironías, podrá verificarse atendiendo al Sigma Fake de Allen Smith (el punto omega de Javier Avilés), documental que desmiente lo narrado y descubre la impostura de ese legendario funambulista, Phillipe Petit (actor en realidad), que cruzó en 1974 (todo mentira) por un cable de 60 metros de una a otra torre del Word Trade Center de Nueva York. Pura estafa, ficción mediática, pero a la postre real en la mente popular que lo presenció desde el celuloide. Y avanzando por estas tuberías-dendritas, nos traerá al recuerdo la literatura de Goethe o la supratécnica descriptiva de algunas de las mejores escenas de La chaqueta metálica de Kubrick, incluido el himno maquinal a Micky Mouse que cantan los soldados al final del largometraje por las orillas del Río del Perfume, uno de los lugares más asombrosos por los que he podido transitar, en ese viaje de contracultura que hice por Vietnam y asaltado, como no, por las imágenes de Apocalipsis Now, también referenciadas con el mismo afán. Un mapa cognitivo que nos despierta un dolor común, universal.

Javier Avilés innova una nueva literatura, despiadada, brutal, escatológica y dilatada, ampliando el texto cuadrilátero hasta el último aliento de su pulso articulado, sin tregua a la razón y consiguiendo párrafos de una profundidad artística. Hacia una captura nabokoviana de grises mariposas ceniza, símbolo implacable de la belleza en la muerte y la destrucción, nos va guiando poco a poco con sus teorías metaliterarias, por las ruinas que ha de atravesar para llegar , tal vez como lo hizo Cormac McCarthy por su carretera sanguinaria, a una textura literaria que emita luz y calor, que permita al pez soñar y al hombre del traje marrón superar su fuga Bartleby quinquenal, como brutalmente he podido constatar en esta tarde de lectura, oscuridad y fogonazos estroboscópicos hasta el metemerómofo más teatral. Me gusta desconocer a Javier Avilés. Le seguiré hasta ese ansiado final.


“Todo debe ser falso. Para que se pueda alcanzar la belleza, el escenario sobre el que se plasma debe ser falso.”

domingo, 30 de enero de 2011

Warlock, de Oakley Hall

Explorando en las vitales lecturas de Thomas Pynchon, descubrí que en la misma época en la que fue alumno de Nabokov, cayó en sus manos una novela de Oakley Hall que llegó a calificar como una obra de microculto, como una de las mejores obras de la literatura moderna norteamericana por su claridad y su profunda sensibilidad para adentrarse en los ásperos abismos en los que se fundó la sociedad americana.

Fui a la Biblioteca Pública y allí estaba solitaria. Esperando a que mis manos la capturaran. La he leído con las botas puestas y puedo decir que la experiencia es arrolladora. He tragado polvo y los disparos me han pasado muy cerca de mi cabellera. Se trata de una obra de culto que tilda a EEUU nación de pistoleros, país de alma dura, aislada, estoica y asesina, que aún está por ablandarse. Los padres fundadores de Norteamérica no fueron aquellos caballeros del siglo XVIII que constituyeron una nación en Filadelfia, sino aquellos que crearon violentamente una nación en un páramo implacable y opulento: pícaros, aventureros, grandes terratenientes, guerreros indios, comerciantes, misioneros, exploradores y cazadores que asesinaron y fueron asesinados hasta conquistar el territorio desolado.

La novela está basada en personajes y acontecimientos que tuvieron lugar en el OK Corral en Tombstone, Arizona. El diálogo suena tan cierto como el sonido de un dólar de plata arrojado en la barra. Oakley Hall construye esta hiper-realista ficción para mostrarnos como la persona que subyace en la figura del sheriff o del comisario es tan sólo un estoico asesino que acecha bajo la superficie de una conciencia colectiva y moduladora. Los ciudadanos de Warlock se sustentan gracias a la minería, y seguidamente, a la fabricación de ataudes, que irán a parar a Boot Hill, la Colina de las Botas. Cuatreros, mineros borrachos, pistoleros y asesinos, tienen por costumbre alterar el orden y llevarse con sus balas, las vidas polvorientas de aquellos que osan cruzarse en su camino.

Warlock está dividido entre los que desean la paz y el orden, representados por la Comisión de Ciudadanos y por otro lado los hombres de Abe McQuown, el Zorro Rojo. Un ladrón de ganado que causa un gran temor cuando acude desde San Pablo a la ciudad para jugar a póker y beber whisky en los salones de Warlock. Pero también, es quien pone orden entre los bandidos del valle y causa el caos en la ciudad de Warlock. Para evitar esto, la Comisión de Ciudadanos, contrata al hombre de las pistolas de oro, un tipo muy rápido que se enfrentará a cada uno de los maleantes y le prohibirá la entrada en la ciudad a aquel que no respete las normas cívicas de esta ciudad sin ley. Tres nombres les provocarán en la lectura una total intriga: Clay Blaisedell, Tom Morgan y Jonnhy Gannon. Así que prepárense... porque si entran en Warlock, algo de ustedes se quedará allí para siempre. Vigilen la llegada de Kate Dollar en la diligencia Concord, el modelo más extendido del Oeste y construido para la Wells Fargo Co. A partir de ahí, la lectura se vuelve apasionante. Thomas Pynchon no habría disfrutado con menos. Suyo es ahora el señuelo. No la pierdan de vista porque atrapa. La película de Edward Dmytryk no le llega ni a la suela de los zapatos. Curiosamente nada citó de lo mal que se portaba el Séptimo de Caballería. Un tema indispensable para entender que ocurre en Warlock. Y por último decir que me gustó mucho leer la introducción que le hizo Robert Stone a este titán de la literatura norteamericana. Las uniones entre estos autores se hacen cada vez más fuertes y acordes. Cobran un sentido mítico. Esto lo cuento para aquellos que quieran establecer vínculos entre los conflictos de Warlock, la guerra de Vietnam o los próximos duelos al sol en los que esta nación de pistoleros quiera jugarse el tipo. Es momento para el tránsito.

“¿Qué habré hecho yo para estar siempre matando una parte de mí con cada disparo? — Clay Blaisedell.”

miércoles, 5 de enero de 2011

Las furias, de Keith Roberts

Encontré esta singular obra fisgoneando hace dos semanas en un rastrillo de antigüedades cerca de mi casa. La vi dentro de una de esas cajas negras de plástico que suelen emplearse en los supermercados para vender fruta o verduras. La caja yacía en el suelo, repleta de libros de ciencia ficción, libros maltratados, novelas muertas y ninguneadas dentro de ese caudaloso e inabarcable torrente comercial. La edición no podía ser más salchichera, cutre y perturbadora. Olía a moho y a habitación cerrada. La portada me causó una cierta repugnancia y perplejidad pero a la vez sentí una insólita atracción por su extravagancia. Tuve la necesidad de saber quienes eran Las furias. El título me hechizó. No podía esperar más. Saqué la cartera y me la llevé por una moneda de cincuenta céntimos, por una inconmovible moneda fría, que me transportó a una era apocalíptica dominada por avispas gigantescas que trataban de aguijonear a toda la raza humana hasta la extinción. Nada de lo leído tuvo que ver con la atmósfera de la portada, ni tan siquiera con la lozana dama desabrigada, pero seguí los pasos de Bill Sampson hasta el final. El tipo me cayó simpático e ingenioso, sobre todo un luchador intrépido que ha añadido a mi folklore multicultural el pánico extra-ficticio hacia esos seres puñeteros que arañarán nuestras puertas en las noches de viento y perturbarán de vez en cuando nuestros sueños con el zumbido de sus alas con cuidadosa movilidad. Por si no la encuentran, se la cedo desde aquí con total amabilidad en esta noche de Reyes. ¡Disfrútenla! Se lee del tirón.
“A su alrededor las Furias parecían una nube negra, que lo cubría todo por entero, convulsionándose y apretujándose, procurando mantenerse fuera del alcance del lanzallamas.”