HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

lunes, 31 de enero de 2011

Constatación brutal del presente, de Javier Avilés

¿Quién ahora sino Javier Avilés?, editor multiegoíco del metaliterario blog El lamento de Portnoy, ese mítico espacio para la reflexión más intelectual dedicada al cine y la literatura. Un debut, por mi parte, muy esperado, por la original posición en la que coloca su ojo crítico-fenomenológico para escudriñar la realidad siempre enmascarada. Su motor existencial avanza por túneles húmedos, tuberías estrechas, entre marañas de cables y tubos hacia una ficción ajena, recubierto de polvo y mugre, distanciado del texto, observándose así mismo escribir, hacia la muerte del narrador, contra la imposibilidad e inexistencia del lector, buscando el ideal en la nada, en la prisión catártica de una habitación milimétricamente habitada para el otro, afinada igual que la de Celso Castro, pero en clave grave de Do, con el ansia, el hambre y la sed de acelerar el tiempo hacia un apocalipsis que detone definitivamente lo narrativo, en pro de un mañana en el hoy. Y puesto que como apunta, con su arma brillante y aceitosa, ya todo está dicho en la literatura, lo único que puede suscitar el tránsito devendrá en la forma de contarlo. Esa puerta, hoy cerrada, nos dará paso a La Cúpula. Siga avanzando lector, no se detenga. La Constatación brutal del presente, y olvídese de ironías, podrá verificarse atendiendo al Sigma Fake de Allen Smith (el punto omega de Javier Avilés), documental que desmiente lo narrado y descubre la impostura de ese legendario funambulista, Phillipe Petit (actor en realidad), que cruzó en 1974 (todo mentira) por un cable de 60 metros de una a otra torre del Word Trade Center de Nueva York. Pura estafa, ficción mediática, pero a la postre real en la mente popular que lo presenció desde el celuloide. Y avanzando por estas tuberías-dendritas, nos traerá al recuerdo la literatura de Goethe o la supratécnica descriptiva de algunas de las mejores escenas de La chaqueta metálica de Kubrick, incluido el himno maquinal a Micky Mouse que cantan los soldados al final del largometraje por las orillas del Río del Perfume, uno de los lugares más asombrosos por los que he podido transitar, en ese viaje de contracultura que hice por Vietnam y asaltado, como no, por las imágenes de Apocalipsis Now, también referenciadas con el mismo afán. Un mapa cognitivo que nos despierta un dolor común, universal.

Javier Avilés innova una nueva literatura, despiadada, brutal, escatológica y dilatada, ampliando el texto cuadrilátero hasta el último aliento de su pulso articulado, sin tregua a la razón y consiguiendo párrafos de una profundidad artística. Hacia una captura nabokoviana de grises mariposas ceniza, símbolo implacable de la belleza en la muerte y la destrucción, nos va guiando poco a poco con sus teorías metaliterarias, por las ruinas que ha de atravesar para llegar , tal vez como lo hizo Cormac McCarthy por su carretera sanguinaria, a una textura literaria que emita luz y calor, que permita al pez soñar y al hombre del traje marrón superar su fuga Bartleby quinquenal, como brutalmente he podido constatar en esta tarde de lectura, oscuridad y fogonazos estroboscópicos hasta el metemerómofo más teatral. Me gusta desconocer a Javier Avilés. Le seguiré hasta ese ansiado final.


“Todo debe ser falso. Para que se pueda alcanzar la belleza, el escenario sobre el que se plasma debe ser falso.”

domingo, 30 de enero de 2011

Warlock, de Oakley Hall

Explorando en las vitales lecturas de Thomas Pynchon, descubrí que en la misma época en la que fue alumno de Nabokov, cayó en sus manos una novela de Oakley Hall que llegó a calificar como una obra de microculto, como una de las mejores obras de la literatura moderna norteamericana por su claridad y su profunda sensibilidad para adentrarse en los ásperos abismos en los que se fundó la sociedad americana.

Fui a la Biblioteca Pública y allí estaba solitaria. Esperando a que mis manos la capturaran. La he leído con las botas puestas y puedo decir que la experiencia es arrolladora. He tragado polvo y los disparos me han pasado muy cerca de mi cabellera. Se trata de una obra de culto que tilda a EEUU nación de pistoleros, país de alma dura, aislada, estoica y asesina, que aún está por ablandarse. Los padres fundadores de Norteamérica no fueron aquellos caballeros del siglo XVIII que constituyeron una nación en Filadelfia, sino aquellos que crearon violentamente una nación en un páramo implacable y opulento: pícaros, aventureros, grandes terratenientes, guerreros indios, comerciantes, misioneros, exploradores y cazadores que asesinaron y fueron asesinados hasta conquistar el territorio desolado.

La novela está basada en personajes y acontecimientos que tuvieron lugar en el OK Corral en Tombstone, Arizona. El diálogo suena tan cierto como el sonido de un dólar de plata arrojado en la barra. Oakley Hall construye esta hiper-realista ficción para mostrarnos como la persona que subyace en la figura del sheriff o del comisario es tan sólo un estoico asesino que acecha bajo la superficie de una conciencia colectiva y moduladora. Los ciudadanos de Warlock se sustentan gracias a la minería, y seguidamente, a la fabricación de ataudes, que irán a parar a Boot Hill, la Colina de las Botas. Cuatreros, mineros borrachos, pistoleros y asesinos, tienen por costumbre alterar el orden y llevarse con sus balas, las vidas polvorientas de aquellos que osan cruzarse en su camino.

Warlock está dividido entre los que desean la paz y el orden, representados por la Comisión de Ciudadanos y por otro lado los hombres de Abe McQuown, el Zorro Rojo. Un ladrón de ganado que causa un gran temor cuando acude desde San Pablo a la ciudad para jugar a póker y beber whisky en los salones de Warlock. Pero también, es quien pone orden entre los bandidos del valle y causa el caos en la ciudad de Warlock. Para evitar esto, la Comisión de Ciudadanos, contrata al hombre de las pistolas de oro, un tipo muy rápido que se enfrentará a cada uno de los maleantes y le prohibirá la entrada en la ciudad a aquel que no respete las normas cívicas de esta ciudad sin ley. Tres nombres les provocarán en la lectura una total intriga: Clay Blaisedell, Tom Morgan y Jonnhy Gannon. Así que prepárense... porque si entran en Warlock, algo de ustedes se quedará allí para siempre. Vigilen la llegada de Kate Dollar en la diligencia Concord, el modelo más extendido del Oeste y construido para la Wells Fargo Co. A partir de ahí, la lectura se vuelve apasionante. Thomas Pynchon no habría disfrutado con menos. Suyo es ahora el señuelo. No la pierdan de vista porque atrapa. La película de Edward Dmytryk no le llega ni a la suela de los zapatos. Curiosamente nada citó de lo mal que se portaba el Séptimo de Caballería. Un tema indispensable para entender que ocurre en Warlock. Y por último decir que me gustó mucho leer la introducción que le hizo Robert Stone a este titán de la literatura norteamericana. Las uniones entre estos autores se hacen cada vez más fuertes y acordes. Cobran un sentido mítico. Esto lo cuento para aquellos que quieran establecer vínculos entre los conflictos de Warlock, la guerra de Vietnam o los próximos duelos al sol en los que esta nación de pistoleros quiera jugarse el tipo. Es momento para el tránsito.

“¿Qué habré hecho yo para estar siempre matando una parte de mí con cada disparo? — Clay Blaisedell.”

miércoles, 5 de enero de 2011

Las furias, de Keith Roberts

Encontré esta singular obra fisgoneando hace dos semanas en un rastrillo de antigüedades cerca de mi casa. La vi dentro de una de esas cajas negras de plástico que suelen emplearse en los supermercados para vender fruta o verduras. La caja yacía en el suelo, repleta de libros de ciencia ficción, libros maltratados, novelas muertas y ninguneadas dentro de ese caudaloso e inabarcable torrente comercial. La edición no podía ser más salchichera, cutre y perturbadora. Olía a moho y a habitación cerrada. La portada me causó una cierta repugnancia y perplejidad pero a la vez sentí una insólita atracción por su extravagancia. Tuve la necesidad de saber quienes eran Las furias. El título me hechizó. No podía esperar más. Saqué la cartera y me la llevé por una moneda de cincuenta céntimos, por una inconmovible moneda fría, que me transportó a una era apocalíptica dominada por avispas gigantescas que trataban de aguijonear a toda la raza humana hasta la extinción. Nada de lo leído tuvo que ver con la atmósfera de la portada, ni tan siquiera con la lozana dama desabrigada, pero seguí los pasos de Bill Sampson hasta el final. El tipo me cayó simpático e ingenioso, sobre todo un luchador intrépido que ha añadido a mi folklore multicultural el pánico extra-ficticio hacia esos seres puñeteros que arañarán nuestras puertas en las noches de viento y perturbarán de vez en cuando nuestros sueños con el zumbido de sus alas con cuidadosa movilidad. Por si no la encuentran, se la cedo desde aquí con total amabilidad en esta noche de Reyes. ¡Disfrútenla! Se lee del tirón.
“A su alrededor las Furias parecían una nube negra, que lo cubría todo por entero, convulsionándose y apretujándose, procurando mantenerse fuera del alcance del lanzallamas.”